martes, 15 de abril de 2014

Señal en blanco


El viajero, que llegó hasta aquí desorientado porque, sin duda, tomó mal un cruce y se fue por la carretera que no debía, no sabe dónde se encuentra, ignora qué hay más allá de la señal.
Quizás encuentre uno de esos pueblos a los que algún “demócrata descerebrado” ha decidido privar de su nombre, porque la nomenclatura no le gusta. Pero, es improbable porque dichos sujetos acostumbran a dejar en el lugar la grafía que a ellos les gusta.
Quizás está llegando a un lugar en el que sus moradores dejan la puerta abierta a que cualquiera pueda encontrarse en su pueblo y ellos no obligan a nadie a llegar a un pueblo de nombre desconocido y vecinos dispuestos a tratarle de foráneo, de extranjero. Tampoco es muy probable, porque estaríamos más allá del espejo, en el cuento, en el sueño.
Quizás está llegando a un pueblo “blanco”, donde todo está en ese estado antes de mancharse y le esperan para que participe con ellos de su semana de vacaciones. El estado de las casas que se veían a lo lejos no hablaba, sin embargo, de cuidado, blancura, sino de esas medias tintas que nos hacen hombres y no ángeles.
Sólo sé que me perdí (no demasiado), que nos perdimos, que por allí no se iba, pero llegar hasta allí y, desde allí, volver al lugar de partida y meta fue bonito.



El camino es lo bonito, aunque en el pueblo estaba la fuente.










Y al final, la cerveza y el chorizo.

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