viernes, 10 de agosto de 2012


A propósito de de la expropiación realizada en dos supermercados por el Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT), el ministro de Interior ha dicho que “en una democracia la gente no puede tomarse la justicia por su mano”.
¿Estaba el Sr. Ministro admitiendo, aún más afirmando que dicha expropiación era un acto de justicia? Parece que así lo reconoce. Y, si la gente no puede tomárselo por su mano, ¿quién va a hacer justicia?. ¿La Justicia?
Debemos agradecer a nuestros ministros semejante claridad de ideas y de juicios: SABEN LO QUE ES JUSTO Y LO QUE NO. Lástima que los jueces no tengan esa misma claridad y no obliguen a la propia policía a ser ella quien ejecute la expropiación. En ese caso todo funcionaría correctamente en nuestra democrática sociedad.

La edad de la duda, Andrea Camillero:
Si alguien espera una reflexión aguda sobre la crisis vista desde el lado italiano, que pierda toda esperanza. Quizás sea porque la novela está escrita en el 2008, aunque a nosotros nos llegue ahora.
Después de los dos chascos que supusieron mis dos lecturas anteriores de Camillero, tenía tantas esperanzas depositadas en ésta, que, al fin y al cabo, es de la serie de Montalbano, que mi decepción ha sido considerable.
No sólo porque de la crisis nada. Además me he encontrado con un personaje “disminuido”, reducido a cuatro rasgos muy vagos y a la problemática de cualquier cincuentón entre ser fiel a su “mujer” o vivir un apasionado amor-flechazo, aunque más bien lo que parece es que lo que importa es vivir una aventura erótica fuera de los cauces acostumbrados.
Los personajes que rodean al protagonista, tan importantes para la “negrura” de las novelas negras, son aquí esquemáticos, repetitivos, sin ningún valor añadido (su “chica”, sus subalternos, sus superiores, los miembros de otros cuerpos policiales,…) y en algún caso, como el de Mimí Augillo, inverosímiles, increíbles, puro estereotipo.
Camillero se muestra, faltaría más, como un buen artesano, conoce su oficio y construye una novela con suspense, con esos tics que permiten que el lector sonría con complicidad, con una línea crítica basada en algo ya políticamente correcto como es el problema de los inmigrantes sin papeles, con una prosa fluida, sencilla, relectura fácil y amena. Pero nada más. Mucho ruido y pocas, muy pocas, nueces.

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