miércoles, 12 de julio de 2017

Por críticas de gentes

Hay un cuento (leer aquí) del Conde Lucanor (“Lo que sucedió a un hombre bueno con su hijo”), que siempre me ha gustado mucho, con una cierta frecuencia lo utilicé en mi labor educativa, y parece de rabiosa actualidad. Hoy y ayer, y…
Esa es la riqueza de los cuentos “inmortales” y a mí ya me gustaría contar como él.
Quizás, si os habéis ido al cuento y lo habéis gustado, la prosa que sigue (la mía) no tenga demasiado interés, pero si os ha despertado una cierta curiosidad, debo decir que el cuento viene a cuento (valga la redundancia) por algunas escenas repetidas recientemente,  que me lo han traído a la memoria:
Con la disculpa de preparar el invierno próximo sigo enganchado a la recolección, corte, y almacenamiento de leña. Realmente se trata más bien de un invento de última hora de quienes venimos (y somos) de ciudad y que ya no tenemos vacaciones (porque no tenemos trabajo). Invento que se llama: mantenerse activo.
En esas estaba yo, cortando leña con la motosierra, cuando uno de los más viejos del lugar acertó a pasar por allí y, después de mirarme desde su milenaria sabiduría, me dijo pontificalmente:
Eso mejor se hace con el hacha.
En lo que tardé en entrar en la cabaña y salir armado con un hacha, se aproximó un vecino, menos sabio por menos viejo, que me dijo:
- ¿A dónde vas con esa herramienta? ¿Para qué han hecho las motosierras? El trabajo es mucho más fácil y más rápido.
Ya hace no más de tres días, el segundo de ellos se acercó a la huerta y al ver el estado de las vainas, nos dijo (no menos pontificalmente):
- ¿No veis cómo están estas pobres? Se las comen los pulgones. Hay que fumigar.
Preparado el “mejunje” con el que hacerlo, camino de vuelta a la huerta, pasamos por delante de la casa del primero:
- ¿Dónde vais? (con retintín, aires despectivos y acento prolongado de indignación calculada) Yo nunca he fumigado mis vainas. Si una macolla tiene pulgón, arranco esa, sólo esa, y la tiro lejos.
Charlaba yo ayer por la tarde con ambos a la sombra del portal de su casa, cuando empezó a tronar y comenzaron a venir las primeras nubes amenazando lluvia:
- Va a llover. Y bien – dijo el primero.
- Pues iré a la huerta a apagar el riego automático – dije yo.
- Se ha levantado el Norte y aquí, con el Norte, no llueve nunca – dijo el segundo

Bendito sea el Conde Lucanor!!!


Ah!, por cierto. Cayó una buena tromba de agua, no dejo entrar en mi huerta a nadie que sepa algo de cosechas (todos vosotros estáis invitados, por ignorantes) y he pospuesto el asunto de la leña para el otoño ( a ver si entonces están en sus casas).


Por críticas de gentes, mientras que no hagáis mal,
buscad vuestro provecho y no os dejéis llevar.

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