viernes, 19 de mayo de 2017

Escenas en la ciudad

Mucho sol y calor, luego agua, mucha agua, y, parece, vuelve el calor mañana: primavera loca.
La primera y más repetida escena contemplada-oída estos días de ciudad es ese diálogo:
- Esto no había pasado nunca. No me extraña que estemos todos con catarros, gripes,… si es que uno no sabe ya ni qué ponerse
- Es verdad. El tiempo está loco.
Lástima que fuera el mismo comentario de la primavera anterior y de la anterior y de… Lo inmediato nos hace olvidar lo que está un poco más lejos (no mucho). Y nos creemos el tópico, éste y otros muchos.

Sí me está pareciendo verdad lo que comienza ya a ser un tópico:
- Cada año hay más terrazas en las calles. Cada año resulta más difícil andar por la acera y mira que las están agrandando continuamente…
- Pues sí. Tendremos que empezar a ir por la carretera.
El año pasado era un abuso. Este año lo es más. He estado a punto de fotografiar atascos mayores que los de los metros japoneses en medio de la calle Santutxu, atascos provocados por una cadena de sillas y mesas con “terracistas” sentados y con “terracistas” charlando alrededor. Menos mal que nuestro ayuntamiento se estará forrando a impuestos y los nuestros bajarán.
Para que también podamos sentarnos a echar una cervecita.

Y, en un momento-espacio en el que se me abrió el campo de visión, esta vez en el centro de Bilbao, hete aquí que veo un torero. Sí, un torero. Vuelta a las ganas de sacar fotos, pero el respeto me lo impidió.
Estábamos un poco lejos y, aunque tuve que desviarme un trecho de mi destino, no pude resistir la tentación de pasar cerca de él para contemplarlo. A medida que me acercaba, al traje de luces, a las zapatillas toreras y a la montera se le iba añadiendo un objeto extraño en la mano del torero: una especie de maletín de ejecutivo.
Picado por la curiosidad me aproximé lo suficiente como para leer lo que rotulaba esa especie de maletín: “El torero moroso” – decía.

Que la vida cambia, que los jóvenes son diferentes me lo ha demostrado esta mañana una “chiquita”. Estaba yo en una plaza, esperando a que mi perra acabara con sus cosas, cuando me ha mirado desde donde estaba sentada y, sin levantarse, me ha dicho:
- Oiga, por fa, …
No he dudado de que iba a pedirme un cigarro. Pero, no. La frase ha continuado así:
- … no podría usted dejarme un móvil para hacer una llamadita de un minuto?
Evidentemente, los jóvenes ya no fuman.
Aspecto que presentaba el hall del Guggenheim

Y, volviendo a las aglomeraciones, como ayer era el día de los Museos, me fui al Guggenheim a media tarde. Para mi sorpresa había tanta gente (o casi) como en las terrazas. Señal evidente de que lo que echa para atrás a la hora de visitar museos es el precio (12 euros entrada al G.)


Feliz finde.

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