Hoy ha ido a la misa de
salida por una prima que había muerto esta misma semana. Respetuosamente se ha “tragado”
una “preciosa misa cantada, toda ella en
euskera”, que ha dicho otra prima al terminar.
El no entiende el euskera
y de todo lo que ha oído sólo ha podido comprender una parte del sermón, cuando
el cura lo ha traducido al castellano.
En él no ha hablado de
la muerte, ni de Bankia, ni de la “pasión Athletiiii”, ni de la crisis, ni del
paro, ni de los desahucios, ni de la normalización política, ni… ¿De qué,
entonces? Pues de una lenguas de fuego, de aliento, de paz,…
El ya suponía que iba a
ser así. Los mismos escenario y protagonistas de la última vez que fue a un
funeral hace unas semanas, los mismos de hace uno, cinco, diez, veinte años…
las mismas “eternas” palabras. Son las ventajas de “dominar” también la
eternidad.
Se ha marchado pensando
que eran mucho más interesantes las palabras de Carme Riera, cuya novela leía
en el metro camino de la iglesia.
Pero, de esas palabras
hablaremos otro día.
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