Centros de interés muy dispersos estos últimos días,
como si los ¿últimos? coletazos del calor del verano nos impidieran el
recogimiento interior del otoño.
Siguen por ahí los emigantes-refugiados. Continúan “sobrándonos”
refugiados, aunque aún sólo hayamos acogido a tres. Nos siguen “sobrando”
pobres de los de cartel en la acera con una ortografía que, si se pudieran
comer las faltas, dejarían de pasar hambre y con verdadera necesidad de una
vida medianamente digna.
Ayer, sin ir más lejos, me crucé con uno de ellos
que había dejado su sitio en la acera y caminaba por la calle, no se hacia dónde,
con muy “malas pintas”, sucio (y todo eso) y hablando a grito pelado… por un
móvil. Ya. A saber cuál será su tarifa, si tiene contrato o simplemente una
tarjeta para que puedan llamarle, si el móvil lo paga él o la mafia que alquila
su “trabajo”, etc. Pero ese individuo debería tener una vida medianamente
digna.
En estos días he releído “Pedro Páramo”. Por quinta
o sexta vez, que se lee rápido y facilito. Si aún no la conocéis ya estáis
perdiendo… porque la primera lectura es la más ingrata. A partir de la segunda,
es una delicia que aumenta cada vez que se lee.
Y ahora estoy con “Fiebre de caballos”. Es una
novelita de juventud que escribió Leonardo Padura, con veintipocos años, y que
se ha vuelto a editar recientemente. Los del club de fans de Leonardo debéis
leerla. Los demás podéis escaquearos esta vez.
Luego ha estado rondando mi cabeza todo este asunto
del independentismo catalán. Menudo lío en el que están todos. Ya se que repito
algo muy oído, pero ¿no podríamos escuchar a los catalanes, a ver qué dicen?.
¿No podrían sentarse algunos hombres y mujeres sensatos, “viejos” (igual algún
joven cumple el requisito), y dialogantes y ponerse de acuerdo? Y si no llegan
a hacerlo, ¿no pueden repartir en dos trozos ( o más) Cataluña-Catalunya y
facilitar a los ciudadanos que vivan y trabajen en el lado que quieran?.
Ni las ideas, ni los sentimientos, ni los
razonamientos pueden o deben estar por delante de las voluntades de los
individuos, puestas de acuerdo.
En este popurrí, hace hoy una semana en la Escuela
Profesional de Otxarkoaga celebramos (porque yo también estuve allí) el final
de un año de conmemoración del 50 aniversario de su fundación.
Debo confesar que me resultó un acto entrañable
(aunque sólo estuve en la segunda parte, la de los canapés, y me perdí la
primera, la de los discursos político-educativo-religiosos), entrañable por la
gente a la que ví y abracé.
Los que empiezan una cosa son muy importantes: los
emprendedores, los padres, los promotores…; los que la dirigen también son
importantes. Pero, sin que esto les reste un ápice, los que dedican dos o
treinta años al funcionamiento de esa “cosa”, los que día a día, durante
cincuenta años, están “al pie del cañón”…
Os dejo con una muy leída poesía de Bertolt Brecht:
Preguntas de un obrero que lee
¿Quién construyó Tebas, la de las
siete Puertas?
En los libros aparecen los nombres de
los reyes.
¿Arrastraron los reyes los bloques de
piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién la volvió siempre a construir?
¿En qué casas de la dorada Lima
vivían los constructores?
¿A dónde fueron los albañiles la noche
en que fue terminada la Muralla China?
La gran Roma está llena de arcos de triunfo.
¿Quién los erigió?
¿Sobre quiénes triunfaron los
Césares?
¿Es que Bizancio, la tan cantada,
sólo tenía palacios para sus
habitantes?
Hasta en la legendaria Atlántida,
la noche en que el mar se la tragaba,
los que se hundían, gritaban llamando
a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la
India.
¿Él solo?
César derrotó a los galos.
¿No llevaba siquiera cocinero?
Felipe de España lloró cuando su
flota fue hundida.
¿No lloró nadie más?
Federico II venció en la Guerra de
los Siete Años
¿Quién venció además de él?
Cada página una victoria.
¿Quién cocinó el banquete de la
victoria?
Cada diez años un gran hombre.
¿Quién pagó los gastos?
Tantas historias.
Tantas preguntas.