Como
todavía es tiempo de que en Madrid debatan sus posturas descamisados y
encorbatados y se digan de todo (nada agradable, por cierto) y como ésta, si lo
es, es una tribuna chiquitita y alejada, uno, o sea yo, puede “largar” sin que
las palabras le comprometan demasiado.
Estaba
yo hace un rato resintonizando mi aparato de televisión, porque los de
Euskaltel me regalaron hace tiempo un decodificador y ya nos hemos convencido
de que sólo sirve para que ver la tele sea más difícil (bueno, creo que me da algún
canal más, de esos que nunca he visto), estaba en lo de la tele, digo, y empezaba
a hablar Pablo Iglesias.
Por
lo que he comprendido era su segunda intervención. Y no he podido dejarla de
lado. Ni esa ni la tercera (que menudo tomate ha organizado relacionando a
Felipe González con la cal viva).
La
verdad es que lo que decía –ya lo dije ayer- eran cosas sabidas. Pero, el tono,
el guirigay, el cómo ha metido el dedo en el ojo de Sánchez por sus formas, la
facilidad de palabra y la rapidez de enganchar asuntos que no van en los apuntes, los dardos directos y
explosivos, las verdades como puños, dichas como puñetazos,…
“Este
chico”, con todo el respeto de un viejo jubilado, puede hacer que vuelva a ver
la retrasmisión de los debates en la Cámara. Pero, me asalta la duda de si será
él quien hable una vez pasada la investidura. Porque, creo, el portavoz es
Errejón. Y ahí la cosa pierde muchos enteros.
La
oratoria, si no depende de los genes, si
es algo que se aprende, empieza a cogerle a uno desde muy pequeño. Es ella la
que te coge. Y, cuando pasó a su lado, Pedro no estaba atento. Aburre más que
Rajoy. (Sólo estoy comparando las formas, que se entienda bien). Pero Pablo sí
que estaba atento. La aprovechó casi toda. Y en cuanto domine los cambios de
velocidad en el discurso, dará gusto oírle.
¿Nos
lo dejarán como portavoz de la oposición si Pedro es investido con la
abstención del PP?.