Hoy me tomo la licencia de redactar mi entrada, utilizando, en buena medida,
textos que no son míos.
A lo largo de mi vida he practicado esta forma de construcción de textos “míos”
en varias ocasiones. Siempre he pensado que es una forma correcta de hacerlo,
con tal de que se cumplan tres condiciones: advertirlo; citar al autor y la
obra de donde el texto proviene; y no utilizarlo de forma perversa, manipulando
su sentido.
Hoy resulta que existe eso del copyright y que yo escribo públicamente.
Pero no me importa si alguien se sintiera ofendido (que además no lo van a
leer).
Cuando he utilizado este método, ha sido siempre para remediar, en parte,
mis propias carencias. Hay asuntos de los que no domino nada, o, partes de esos
asuntos (casi siempre tienen que ver con la historia) que me resultan extraños.
Recurro entonces a los que yo creo especialistas en la cuestión y procuro ser
suficientemente crítico con los autores a los que acudo.
Esta vez, lo confieso, no ha sido así. Más bien, han sido ellos los que han
acudido a mí. Y, como además yo ya he renunciado a cualquier academicismo (por
aquello de la edad, la jubilación,…), puedo expresar opiniones sin
fundamentarlas (que no quiere decir que no tengan fundamento) demasiado.
A lo que vamos, el pasado domingo por la mañana leía yo a Arturo Pérez
Reverte. el artículo comenzaba con estas palabras:
“En el año 376 después de Cristo, en la frontera
del Danubio se presentó una masa enorme de hombres, mujeres y niños. Eran
refugiados godos que buscaban asilo, presionados por el avance de las hordas de
Atila. Por diversas razones -entre otras, que Roma ya no era lo que había sido-
se les permitió penetrar en territorio del imperio, pese a que, a diferencia de
oleadas de pueblos inmigrantes anteriores, éstos no habían sido exterminados,
esclavizados o sometidos, como se acostumbraba entonces. En los meses siguientes,
aquellos refugiados comprobaron que el imperio romano no era el paraíso, que
sus gobernantes eran débiles y corruptos, que no había riqueza y comida para
todos, y que la injusticia y la codicia se cebaban en ellos. Así que dos años
después de cruzar el Danubio, en Adrianópolis, esos mismos godos mataron al
emperador Valente y destrozaron su ejército. Y noventa y ocho años después, sus
nietos destronaron a Rómulo Augústulo, último emperador, y liquidaron lo que
quedaba del imperio romano”
(Arturo Pérez-Reverte, “Los godos del emperador Valente”
Coincidía con que yo había empezado a leer, después de dilatar ese
principio varios meses, la última novela de Michel Houellebecq: “Sumisión”. Gonzalo
Garcés dice de ella:
“El Occidente judeocristiano está en retirada, los bárbaros
musulmanes se aprestan a tomar el poder.
No se trata de negar la dimensión social de Sumisión, que pinta una Francia al borde de la guerra civil. En
esta fábula política el conflicto se resuelve con el triunfo electoral de
Mohammed Ben Abbes, candidato de la
imaginaria Fraternidad Musulmana, y la conversión de Francia en Estado islámico”
(Gonzalo Garcés, “Michel Houellebecq: “La élite está asesinando a Francia””
Por si no tenía suficiente, dos días más tarde, en Babelia (suplemento
literario de El País), encuentro por pura casualidad que Jacinto Antón discurre
sobre una novela de (un tal) Santiago Castellanos, que ha recibido un premio
con una novela histórica titulada “Barbarus. La conquista de Roma”.
S. Castellanos es un (así lo dicen en varias webs) conocedor de la historia
antigua, catedrático y novelista, además de ensayista. Y hablando de un encuentro
en Roma con él, Jacinto Antón entre
otras cosas verdaderamente interesantes, (el autor del artículo) señalaba lo
siguiente:
“Santiago Castellanos novela la irrupción de los godos en el
imperio romano en el siglo IV y señala las semejanzas de aquella época con la
actual”
“La quiebra de las clases medias, la crisis fiscal (no había
cuentas en Suiza pero sí acumulación de oro y los poderosos evadían al fisco),
la corrupción generalizada, y los problemas y dramas de emigración, con los
consiguientes choques religioso y cultural son cosas que se dan en el fin del
imperio romano de occidente, así como el uso institucional de la violencia y del
terror como armas de Estado. Las escenas actuales de refugiados sirios e
iraquíes tratando de entrar en Europa no son muy diferentes, dijo, a las que se
produjeron cuando los godos, presionados por los hunos –tan brutales como el
Estado Islámico-, pidieron ser acomodados tras las fronteras romanas.”
(JACINTO ANTÓN, La barbarie de la frontera http://cultura.elpais.com/cultura/2015/09/19/actualidad/1442689029_776231.html
)
Así que me ido de paseo por Internet y he
encontrado lo que necesitaba para acabar esta entrada “mía”
“España debe mucho a Roma, “somos romanos”, es el espejo en
el que nos miramos; “el origen de nuestra lengua, de nuestra religión, de
nuestro derecho, tanto fiscal, como administrativo o de la propiedad tienen su origen
en el mundo romano”, desgrana con fluidez. Son muchas las afinidades pero,
también, muchas las diferencias. Claramente, el tejido social ha cambiado, como
lo ha hecho la tecnología, son muchos los siglos de diferencia para no avanzar.
Sin embargo, vemos que en otras cuestiones no hemos cambiado tanto. “El gasto público del Estado es desorbitado. La administración estaba en un nivel aceptable en época de Augusto y en el periodo tardorromano se sobredimensionó, con multiplicidad de las funciones, como en la actualidad. La presión fiscal tanto en la época romana como en la actualidad está erosionando las clases medias”, enumera con pasión y nos damos cuenta de la razón que tiene y por desgracia no quedan ahí las similitudes. “La corrupción dentro del Estado era galopante”, afirma. ¿A qué nos suena? Poco podemos añadir, pero Santiago Castellanos tiene más similitudes de las que podremos enterarnos leyendo “Barbarus”, como la del cambio de valores que se produjo en esa época y la crisis que se vivió y se vive en cuanto a los valores. Para acabar nos recuerda el tema de la inmigración: “Roma no supo resolver el problema de la inmigración”, cuestiona tajante con la llegada de los bárbaros o de otras provincias hasta la metrópoli. Casi, casi igual que ahora. Ya me entra la duda de si está describiendo Roma o cualquier país actual de Europa.”
Sin embargo, vemos que en otras cuestiones no hemos cambiado tanto. “El gasto público del Estado es desorbitado. La administración estaba en un nivel aceptable en época de Augusto y en el periodo tardorromano se sobredimensionó, con multiplicidad de las funciones, como en la actualidad. La presión fiscal tanto en la época romana como en la actualidad está erosionando las clases medias”, enumera con pasión y nos damos cuenta de la razón que tiene y por desgracia no quedan ahí las similitudes. “La corrupción dentro del Estado era galopante”, afirma. ¿A qué nos suena? Poco podemos añadir, pero Santiago Castellanos tiene más similitudes de las que podremos enterarnos leyendo “Barbarus”, como la del cambio de valores que se produjo en esa época y la crisis que se vivió y se vive en cuanto a los valores. Para acabar nos recuerda el tema de la inmigración: “Roma no supo resolver el problema de la inmigración”, cuestiona tajante con la llegada de los bárbaros o de otras provincias hasta la metrópoli. Casi, casi igual que ahora. Ya me entra la duda de si está describiendo Roma o cualquier país actual de Europa.”
(Javier Velasco Oliaga, Entrevista a Santiago
Castellanos, autor de “Barbarus. La conquista de Roma” http://www.todoliteratura.es/noticia/8363/entrevistas/entrevista-a-santiago-castellanos-autor-de-barbarus.-la-conquista-de-roma.html
)
Con las pistas que os he dado, no os
costará descubrir cuál va a ser la novela que lea en cuanto termine “Sumisión”.