Creo que he leído casi todas las novelas de Eduardo
Mendoza. Desde aquella hilarante “Sin noticias de Gurb” que me produjo sonoras
carcajadas, a mí que no suelo reírme con nada escrito, he pasado por otras
varias con resultados diversos.
Hoy he terminado “El enredo de la bolsa y la vida”.
Deliciosa. Lanzaos sobre ella y disfrutadla.
Se trata de una loca (loquísima) historia de amistad
que necesita del secuestro de Angela Merkel para que el amigo, Rómulo El Guapo,
quede protegido. Para tal cometido se deberá formar una “banda” compuesta por
dos estatuas vivientes (el Juli y el Polo Morgan), un repartidor de pizzas
árabe adolescente, un abuelo chino, una niña llamada “Quesito”, una
acordeonista leninista que debe cantar tan alto como para que no se oiga el
acordeón, y el swami Pashmarote Pancha. Están apoyados por el dueño de un bar
llamado “Se vende perro” porque ese fue el único cartel que encontraron. Y un
buen número de personajes disparatados (pero reales, ¿no? Recorre la novela.
Todo ello en el marco de la crisis económica actual,
con alusiones a la indignación, la inmigración, los servicios sociales, los
políticos, la educación, y un largo etcétera.
Ahí van unas cuantas perlas:
“El deterioro
del edificio daba testimonio de su reciente construcción”
“Muchas personas dudan de los beneficios de la
gimnasia espiritual, pero están equivocadas. Los seres humanos están
necesitados de guía y no es difícil
guiarlos, porque en rigor no van a ninguna parte”.
“Una familia desestructurada, poca o ninguna
educación y otras circunstancias adversas me han empujado a desempeñar un
oficio honrado” – dice el
repartidor de pizzas.
“Hecho esto, entró en el local y gritó: ¡Esto es un atraco!
¡No griten ni ofrezcan resistencia!
Mientras
pronunciaba la segunda frase ya se había percatado de que, debido a la
circulación y al zigzagueo, se había metido en la tienda contigua a la joyería,
la prestigiosa
Rotisserie Filipon, especializada en comida preparada y platos hechos. Confesar
el error y salir de vacío le pareció humillante, tanto para sí como para las víctimas
del atraco, de modo que, dirigiéndose al dependiente, le ordenó llenar el
saco de pollos a l’ast. Cuando el saco estuvo lleno, se
lo echó a la espalda y echó a correr.”
Esta es la presentación de La
Moski:
“Cuando apenas tenía uso de razón había ingresado en las
juventudes estalinistas y ni su experiencia ni el devenir de la Historia le dieron
motivos para claudicar de las ideas que allí le habían inculcado. Como a su lealtad inquebrantable
unía un carácter inconmovible, al producirse el derrumbamiento del sistema, la Moski metió en una maleta
de madera sus pocas y modestas pertenencias y se fue al exilio por propia iniciativa.
En algún momento había oído que el partido comunista de Cataluña era el único
que, en medio de la debacle, mantenía una ortodoxia intransigente, una jerarquía
compacta y una disciplina implacable. Nada más apearse del tren, la Moski se presentó
en la sede del antiguo PSUC y a quien la recibió en la entrada le mostró el
carné y una foto dedicada de Georgi Malenkov y le dijo que venía a ponerse a
las órdenes del secretario general. El recepcionista, en prueba de camaradería, le ofreció una
calada del canuto que se estaba fumando y le informó de que el secretario general,
al que se refería con el respetuoso apodo de «el Butifarreta», no la podía
recibir porque estaba plantando azucenas en el jardín de las Terciarias
Franciscanas de la Divina Pastora; luego había quedado delante de la
catedral con el resto del comité central para bailar sardanas, y por la tarde
iba al fútbol. La Moski no pudo menos que admirar el astuto disimulo con que el partido
encubría los preparativos de la revolución y decidió quedarse a vivir en
Barcelona.”
“A despecho de la adversa coyuntura, Cándida y su marido
vivían con cierta holgura fiduciaria y espacial, a raíz del fallecimiento
de la madre de éste, un luctuoso suceso, ocurrido tres años atrás, que les
exoneró de muchas cargas y preocupaciones y les permitió recuperar una alcoba y
retirar de la puerta el rótulo que rezaba: cuidado con el perro. Tan dolorosa
pérdida no les impedía seguir cobrando la pensión de la difunta, así como el
subsidio a personas dependientes y una beca para cursar estudios en la Facultad
de Telecomunicaciones al amparo del programa de educación de adultos. Gracias a
estas pequeñas artimañas administrativas, mi cuñado no pegaba se lo y mi
hermana había dejado de hacer la calle.”
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