“Wert dice que es más urgente ahorrar que reformar
la escuela”. Esto es lo que
decía el periódico de hoy.
Me temo que no nos va a
poder engañar. Quiere que volvamos a aquellos tiempos en los que se “pasaba más
hambre que el hijo de un maestro de escuela”. Ahorrar siempre ha sido fácil. Me
he acordado de mi padre que fue maestro (creo que no llegó nunca a profesor), y
me he acordado de Alazne, la señorita Elo y Doña Matilde.
Alazne no llegaba a
señorita y sólo Matilde era doña. No sé a qué respondía el título de cada una. La
verdad es que en este momento sería incapaz de poner rostro a ninguno de los
tres nombres. Pero me acuerdo perfectamente de que estas tres mujeres pusieron
la base (¿alguien quiere saber qué es lo básico en la educación?) de mi
educación académica.
Ellas me enseñaron a
leer, posiblemente a encadenar ideas, me hicieron “trabajar” con los números
(con ellas aprendí incluso a hacer quebrados –que entonces las fracciones no
existían-) y estuvieron en los primeros pasos de mi socialización, de mi salida
de la familia a un mundo más amplio. Aquella escuela de la Campa del Carmen en
Sestao me imagino que tenía un nombre, como lo tendría el plan de estudios que
me tocó. Pero no recuerdo ni uno ni otro. Y no los voy a buscar ahora que con
Internet se llega a casi cualquier conocimiento. Que los reformen, pues, si
quieren (el plan de estudios y la escuela). Ahorrárselo siempre han podido.
Lo que ocurre es que con
o sin ahorros, con o sin reforma, seguirá habiendo unas mujeres, unos hombres,
que, al margen del título que les demos siempre estarán ahí, en la base. Y lo
harán bien.
Para mí es fácil
recordar quién fue aquel profesor que me metió el gusanillo de la literatura,
el que me hizo currar y gustar el cálculo mental, el que acompañó hacia un
pensamiento crítico,.. Os invito hoy a que recordéis a vuestras “Alazne,
señorita Elo y Doña Matilde”, que también las tuvisteis. Y no permitáis que el
ahorro caiga siempre sobre los mismos. Y, sobre todo, no ahorréis vuestro
reconocimiento agradecido.
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