Escribo esto en la mañana del sábado y no lo subiré
a mi blog hasta el domingo. Es el tributo que debo pagar al hecho de
tener una conexión con Internet sumamente precaria.
Esta semana la prensa ha traído una noticia que daba
cuenta de un estudio sociológico dirigido por Javier Elzo. Él fue profesor mío
en la uni y fue quien me dio las primeras pistas para estudiar el tema de la
Contracultura. Yo lo tengo por un sociólogo interesante, que no dice las cosas
por decir, sino basándose en estudios científicos bien hechos.
Advertía de que los datos con los que contaba no
eran absolutamente determinantes, pero apuntaban a un rebrote de la
discriminación femenina entre nuestros adolescentes.
Esto sí que es fracaso escolar. Mucho más que los
suspendidos en lengua o mates. Claro que se me todo ese rollo de la familia, la
sociedad, los medios,… que, además, es cierto. Pero si la escuela no consigue
rebajar los índices de discriminación, hasta erradicarla, ¿quién lo va a hacer?
Ayer por la tarde, mientras tomábamos un zurito en
un bar, en la televisión se podía ver una corrida de toros. Le presté muy poca
atención. A mí los toros no me gustan, me aburren y no entiendo nada, pero es
lo mismo que le pasa a mucha gente con el teatro que voy a ver, las novelas que
leo o la música que escucho.
Así que yo, en contrapartida, he procurado no tomar
partido por nadie en este asunto. Pero, de repente, la “última suerte”, cuando
el torero se preparaba para meter la espada en el toro, me hizo colgarme de la
imagen. ¡Dios mío, qué salvajada!. Al pobre bicho aquel le metieron una
estocada hasta la mismísima empuñadura y con ella dentro de su cuerpo estuvo
durante ¿5? ¿8? Minutos. Entonces se la sacaron y todavía 2 ó 3 minutos más
tarde el torero le dio, por dos veces, el descabello. Al final el toro cayó
muerto, supongo. El cámara no se regodeó, pero sí tomó algunos primeros planos
del animal y de su testuz. ¡Horroroso!
Pero menos horroroso (es lo que yo creo) que las
declaraciones de Luis María Linde, gobernador del Banco de España, que pretende
que haya trabajadores que no lleguen a ganar ni el salario mínimo. ¡Qué
grandísimo sinvergüenza! (por no mentar a su madre). Entre junio y diciembre
del 2012 su sueldo fue de 81.320 euros (estoy totalmente seguro de que ésta no
fue más que una parte de sus ingresos), lo que da 2 millones de “las antiguas
pesetas” al mes. El salario mínimo está en 645 euros por 14 pagas (no llega a
9.000 al año). Luego, llegarán informes que digan que la esclavitud no era todo
lo mala que se decía y que hay quienes prefieren ser esclavos a no tener ningún
trabajo. Cómo me acuerdo de aquel otro profe (Rafa Belda) que nos decía, desde
una gran y tímida sonrisa picarona: “No, si yo no veo mal que haya pobres y
ricos. A mí lo que no acaba de gustarme es que siempre sean los mismos. Si, al
menos, cambiáramos de vez en cuando”
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