Aunque
sé que esta entrada no la publicaré en el blog hasta dentro de unos días, la
escribo este viernes (viernes santo).
Hoy
hemos recibido la noticia de la muerte de Gabriel García Márquez. Lo primero
que me ha venido a la memoria ha sido que hubo un ramillete de párrafos
entresacados de “Cien años de soledad” que utilicé durante años, para que mis
alumnos se ejercitasen en el análisis de las oraciones compuestas.
Luego
he recordado los momentos amenos que pasé con dicha novela, pero también que no
fue sino al cuarto o quinto intento cuando la leí casi de un par de tiradas.
Las tres o cuatro anteriores acabaron antes de llegar a la cincuentena de
páginas. Sencillamente, no podía con ella.
Si
insistí en leerla fue por la conjunción de dos factores muy independientes: de
un lado, la confianza en que no podía estar equivocada la opinión unánime de
muchísima gente que la situaba entre lo mejor de la novela en español. Alguno
–había leído yo- decía que era la segunda novela en importancia dentro de la
historia de la literatura en español, sólo por detrás del Quijote.
De otro
lado, yo había comprado aquella novela. Creo que en una edición muy barata y
con el descuento de no sé qué feria del libro. Debía ser consecuente y fiel a
mi principio de que lo que se compra se usa, hasta amortizarlo.
No
podía, pues, dejar de leerla. Y nunca me arrepentiré de haberme sido fiel.
He
leído alguna otra cosa de García Márquez. Entre ellas “Relato de un náufrago”,
que también utilicé en mis clases.
Ahora,
desde hace varios meses, en el “recipiente” de mi e-book duerme, en espera de
ser leída, “La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y de su
abuela desalmada”.
Mi
homenaje a Gabriel García Márquez consistirá en adelantarla en la lista hasta
colocarla en la línea de salida. Me encontraré con ella en cuanto acabe de leer
lo que tengo entre manos.
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