Estamos ya a
mediados de la segunda semana de septiembre. Las vacaciones de la mayoría de
vosotros se habrán acabado, los niños, vuestros o ajenos, se habrán convertido
en alumnos, el clima parece amenazar con un otoño inminente. En el aire esa
amenaza de otoño caliente y, supongo, en lo cotidiano, los últimos, por ahora,
recortes presupuestarios.
Estamos casi
empezando el curso y ya huele a lo de siempre. Entre los EREs andaluces y los
discos duros del “caradura ex-tesorero”, sin olvidar a la realeza y su familia,
a algunos de los personajes de la “política nacionalista”;… con el asunto de
Siria en el ese punto muerto, el de Egipto casi olvidado por la prensa;… Se
extiende por doquier un fuerte a tufo a eso que todos sabemos y que no voy a
nombrar.
Pero, mucho más
cercanas dos reflexiones “domésticas”, o sea de cosecha propia, de la que no
podéis leer en la prensa.
Casi ni veo el
eurobasket. Me aburre, me ha aburrido lo que he visto hasta ahora. Selecciones
nacionales que meten 5 puntos en un cuarto (10 minutos enteros), partidos que
terminan con puntuaciones cercanas a los 40 puntos, tanteos que los
comentaristas (¡Dios mío, qué horror!, ¡qué cosas tienen que decir!) tachan de
minibasket,… defensas, defensas, defensas,… Miedo, miedo, miedo,… ¿Es verdad que
los partidos se ganan desde la defensa? ¿Es verdad que para ganar hay que dejar
al contrario un punto por debajo? Si ésta va a ser la filosofía para los
próximos años, que me borren. Rebelémonos. Esta no es otra cosa que la
traducción al deporte del miedo que nos embarga en la sociedad en la que
estamos. El baloncesto no ha sido nunca así.
Queda tiempo. Sólo
se ha jugado la primera fase.
Y una última cosa.
En el pueblo la gente también se muere. Hoy hemos ido a la salida de un
funeral. He entrado, después, en la iglesia y, aunque ya había estado antes, me
he encontrado con un retablo presidido por una cruz desnuda. La iglesia se
llama de la “Santa Cruz”. Y me ha dado por pensar en lo retorcido que puede ser
nuestro pensamiento.
La cruz era un
sistema de tortura de los romanos que terminaba, generalmente, con la muerte
del crucificado. Era eso: un instrumento de tortura. ¿Alguien se atrevería a
santificar el cadalso, la horca, el lanzamiento al espacio desde avión, la
silla eléctrica, el garrote vil, el fusilamiento (“santa bala”), la guillotina,
la paliza hasta la muerte,…?. Pues eso: qué capacidad tenemos para retorcer el
pensamiento hasta límites increíbles.
Nos podemos creer
cualquier cosa… excepto que nos bajan el sueldo (o la pensión) por nuestro
bien.
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