Soy un lector empedernido,
que lee casi todo lo que se pone a tiro. Los carteles pegados en las paredes
son una de mis aficiones. Pero, últimamente tengo que reprimir mis ganas,
porque cada vez son más los que están escritos en una lengua que no domino (y que, creo, a
veces me domina).
Supongo que con motivo de las fiestas, Santutxu está lleno de
carteles que no sé de quién son y que sí sé que no son para mí, porque están en
euskera, sólo en euskera.
No hace muchos años que
traté de explicar a la gente de LAB donde trabajaba que nunca podrían ser el
sindicato que yo votase si sus carteles estaban escritos pensando en excluirme.
¿Quién quiere ahora excluirme de las fiestas de Bilbao?
Como me temo quiénes
son, me voy a unir a esa petición de cuentas claras que hacía Mekatxiss el
pasado 14. Pero, voy a ir más lejos: me gustaría saber cuánto del dinero de mis
impuestos se va en subvenciones para quienes tratan de excluirme. Las entidades
privadas que utilicen la lengua que les venga en gana. Claro que esas no
quieren perder clientes.
Ya sé que éste es un
tema muy espinoso. Lo seguirá siendo mientras algunos no (se) aclaren la
diferencia entre la posibilidad y la obligación de hablar euskera (no digo ya
nada de la de “sentir en …”), y se establezca cuáles son y deben ser sus
fuentes de financiación.
¿Has leído bien, no? Yo no quiero que los carteles desaparezcan. Quiero libertad de expresión. Lo que quiero es saber si los estoy pagando yo. Nada más.
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