Ha roto
el sol. Las nubes se han ido y el mar está ahí, a la vista. El horizonte se
llena de agua y el azul juega a imponerse. La temperatura es muy agradable y la
sombra se agradece, si hay que sentarse un rato.
Sobre la
mesa unos “digestivos”.
Conversación
fluida, y a veces atropellada, sobre lo sagrado (la clase política) y lo
profano (el quehacer rutinario de cada día); repaso distendido de la actualidad: desde hoy hasta
hace varios meses; recorrido por los amigos y los enemigos (esos que no lo son,
porque no se lo merecen y no vamos a malgastar en ellos nuestro tiempo, pero
que lo serían si pensásemos en ellos); crítica, a veces acerba, de algunos
retazos de lo cotidiano; recuerdo compartido de lo que nos ocupa, de lo que nos
preocupa y –pensamos- de lo que debería entrar en alguna de estas dos categorías.
Tarde gloriosa, presagio de lo que viene. ¿Se puede pedir más?
Mis
mejores deseos del mejor de los veranos, con quienes más queráis, para eso que para muchos empieza mañana y otros… ya no tenemos nunca: VACACIONES
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