No hace mucho escribía una
entrada bajo el título de “301”. Hoy mi vergüenza –ajena- tiene una cifra
ligeramente inferior. “Sólo” 299.
299 votos para la sinrazón. 299
votos para defender dos cosas: que el actual (¿o ya no lo es?) se vaya de
rositas y el próximo entre por la puerta grande.
Si Juan Carlos no tiene nada
que ocultar, ¿para qué quiere, para qué necesita un aforamiento?. ¿Para qué le
resulta interesante una ley que impida a cualquiera indagar en su pasado y denunciar,
si la hubiere habido, cualquier corrupción, cualquier enriquecimiento indebido,
cualquier apropiación injusta? Si no renuncia a una ley así, será – y a nadie
que sea inteligente se le escapa –
porque algo tiene que ocultar.
Y el siguiente, Felipe, va a
llegar a donde va a llegar para demostrarnos una vez más que uno es lo que
según donde nace. Ni esfuerzo, ni trabajo, ni méritos, ni voluntad de los que
le rodean, ni-ni (aquí sí que hay ni-ni-ni-ni).
Pero ellos hacen bien. ¿Por qué
no aprovecharse? Lo trágico, lo vergonzoso es lo de los 299. Y de algunos no se
podía esperar otra cosa. Son amiguetes. Pero, ¿y de los que sí podíamos esperar
otra cosa? No me extraña nada que alguno de ellos no quiera ni presentarse a
secretario general de semejante despropósito. Aunque, por lo que han dicho (y
hecho) tampoco ésta es la razón de no presentarse.
Sólo queda una solución, harto
improbable de que vaya a suceder: que los 299 terminen trabajando en el lugar
de aquellos 301 asesinados en una mina de Turquía. Con los dos nombres que
aparecen más arriba sumarían, justo, los
301.
¿Se nota que estoy muy cabreado
con este asunto?
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