“Las cosas no son
tan sencillas”. Me lo han dicho tantas veces que hasta incluso me lo he creído.
Y que yo lo haya repetido no es más que el signo evidente de mi creencia.
Y es que ésta era
la primera idea que me venía a la cabeza cuando leía, un día y otro, en la
prensa las posturas de las Diputaciones o los partidos sobre si hacer públicas
o no las listas de los defraudadores.
Pero, que no se
sepan las certezas económicas le interesa a quien le interesa, es decir, a
quien tiene (y puede) algo que ocultar. A mí no.
Vamos a imaginar
que alguna vez logré defraudar a Hacienda. Si así fuera, que no lo ha sido
(nunca he podido), mi fraude podría haber llegado a ¿1.000 euros?. No creo.
Vamos que muy lejos no podíamos haber ido con aquello. Claro que habrá quien se
ponga a hablar del valor de la actitud por encima del hecho, del problema de la
suma de fraudes pequeños que se convierte en una gran cantidad,… Ganas de
complicar lo que sí que es sencillo.
Pongamos por caso
que vamos a reparar el tejado de la casa y que a mí, como inquilino, me toca
pagar 200 €. Voy donde el administrador y le pago 120. Me pilla. Y en ese momento, yo empiezo a hablar de mi
derecho a la intimidad, de mi presunción de inocencia,… Pamplinas.
Pues entonces
eso. Que es muy sencillo. Dígannos ustedes a quiénes han pillado, para que no
nos fiemos de ellos, para que afeemos su conducta, para que pasen un poco de
vergüenza, etc. Y si ustedes siguen manteniendo que están donde están porque
nosotros (los ciudadanos) los hemos puesto ahí, que son nuestros representantes
y todo ese bla bla bla, sepan claramente que, al menos yo, creo que las cosas
son muy sencillas… las más de las veces.
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