Madre mía, ¡qué
gran novela negra está aconteciendo en León! ¡Quién tuviera una buena pluma,
una pluma ligera, para poder contarla como se merece! . Políticos (de los que
están en el poder), policías, asesinato, deportivo (Mercedes, nada menos),
armas, gorro y guantes, pistola, droga,… ¿qué más queréis?
El caso es que
siempre habrá un ministro para banalizar lo interesante. Y así Jorge Fernández,
ministro de Interior (para los que no os suene) se dedica a insistir en la
necesidad de poner coto a los insultos que, a través de las redes sociales, se
deben estar produciendo.
Confieso que no
he entrado ni en Facebook, ni en Twitter (no estoy del todo seguro de saber
hacerlo). Confieso que estoy en contra, absolutamente, de las calumnias, por lo
que tienen de mentira; confieso que no me gustan demasiado los insultos ( y
menos si son soeces), aunque a veces uno se queda muy bien después de
utilizarlos.
Pero, como muy
bien dice el juez Joaquim Bosch, habrá que ver si no son más que “expresiones
malsonantes”. Y permítame, señor juez, apuntar la idea de la necesidad de
distinguir entre el insulto y la descripción. ¡Cuánto sabemos de esto los que
hemos dedicado parte de nuestra vida a la educación! (¡Cómo se estará
relamiendo el señor de Mekatxiss!). Llamarle tonto a un tonto no es un insulto,
es una descripción. Y lo mismo pasa si a un ladrón se le llama ladrón,
sinvergüenza a un sinvergüenza, estafador a un estafador, canalla a un canalla
o hijo de puta a un hijoputa (sin que sea necesaria la descripción de la
madre).
Pero el ministro
de Interior ha tenido una gran idea. No deberíamos ponerle ninguna traba. Hay
que “meterle mano” a quien incita al odio. Por ejemplo, al director-jefe que
maltrata de palabra u obra a su subordinado, al policía que exhibe el poder de
su cargo a un “pobre” ciudadano; al director de la sucursal (o a quien le
manda) que te recrimina llegar tarde a un pago; al “casero” (el que tiene casa,
generalmente un banco) que te amenaza con ponerte de patitas en la calle; al
médico que te trata como si fueras un pelele; a… Hala, terminad vosotros, que
las pistas están dadas.
Yo me quedo con
las ganas de no tener esa pluma ágil y esa capacidad de trabajo que pide
cualquier buena novela negra.
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