Jhon Le Carré me recuerda
mucho, no sé si razonablemente o no, a Graham Greene, que fue un autor a quien
leí gustosamente en mi adolescencia
Las novelas de Le Carré
suelen discurrir en un ambiente de espías, de altos funcionarios del Ministerio
del Exterior del Interior, del Foreing
Office, en un mundo que puede parecer extraño a nosotros, perteneciente a otro
ámbito de la realidad social, pero sus planteamientos éticos, políticos y
sociales no tardan en desvelarse como los mismos que se mueven en mi escalera,
en mi trabajo o en mi barrio; aunque a veces pinten agentes sociales que, desde
la sombra, resultan bastante más decisorios que estos últimos, más cercanos.
“Una verdad delicada” es
una novela que te va agarrando poco a poco, con más fuerza según va creciendo.
A medida que el texto desarrolla ante tus ojos una historia, que parecía sin
ningún interés, resulta más difícil dejar de leer, hacer un alto en la lectura hasta
el día siguiente.
Novela en la que
militares británicos dados de baja se juntan con mercenarios estadounidenses
legalmente inmunes, para provocar “daños colaterales”, cuyo conocimiento se
convertirá en esa “verdad delicada”. ¿Qué hacer?: ¿permanecer en silencio
cómplice, pero tranquilo?; ¿jugarse el tipo por la verdad?.
“ - Usted mintió.
- Lo mismo habría hecho usted. Era lo que más
convenía. ¿O acaso nuestro buen Foreign Office no sabe lo que son las mentiras
de conveniencia? Su problema es que pronto se quedará sin trabajo, y aún
vendrán cosas peores”
La pregunta nos atañe a
todos, porque todos hemos conocido algún “Crispin”
“Jay Crispin era el clásico eterno adolescente
desarraigado, amoral, persuasivo, semiculto, bien hablado, con traje a medida,
impulsado por un ansia insaciable de dinero, poder y respeto, sin importarle de
dónde salieran. Hasta aquí, bien. Había conocido a Crispin en estado
embrionario en todas las áreas de la vida y en todos los países donde hacía
servido, pero nunca hasta la fecha a uno que hubiera dejado huella como
mercader de guerras pequeñas”.