Había salido de la Cueva
dejando atrás una historia milenaria, prehistoria convertida en estalactitas y
modernas sillas en las que escuchar música o ver danza.
Se acercó a Nerja y
visitó el centro de la ciudad, observando cómo la historia se volvía multicultural, con predominio
anglosajón.
Y, buscando un ámbito
más andaluz, trepó montaña arriba hasta un pueblo blanco anclado en raíces
árabes.
Se sentó en una terraza
a tomar un café y allí escuchó un “hello”. Era la dueña del establecimiento,
una polaca que hablaba en inglés y que quería saber qué deseaba.
No supo responder.
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