Si tu pareja, tu hijo, o tu amigo te
repiten que ya no pueden más, que no aguantan tanto dolor, y, sobre todo, que
nada les une ya a una vida de sufrimiento, vacía, sin esperanza ni futuro.
Si tu pareja, tu hijo o tu amigo, te
suplican que acabes con su vida, que los mates porque ellos no pueden ni
hacerlo.
¿Qué harías? Yo lo tengo muy claro.
Ahora no se si llegado el momento sería capaz, tendría semejante valentía, pero
hoy por hoy, hoy que no es más que una pregunta retórica, lo tengo ciertamente
muy claro.
Y entonces, lees la noticia: J.A.
G.L. ha sido condenado a siete años de prisión por matar a su madre. Y sus
palabras: “Quitarle la vida a la persona
que más quiero es un peso que voy a llevar toda mi vida”.
La justicia (la misma justicia
injusta de siempre) lo ha condenado a siete años, pero el día que mató a su
madre él ya se había condenado de por vida a vivir en la cárcel de su acción.
La pregunta surge inmediata: ¿hasta
cuándo alguien habrá de enfrentarse a solas con semejante trance?; ¿hasta
cuándo una justicia justa no regulará estas situaciones, que se harán cada vez
más habituales?; ¿para cuándo establecer socialmente (es decir, entre todos)
las condiciones idóneas para un suicidio asistido?
No será fácil la regulación. Hay
muchos problemas por el camino. Por supuesto. Pero hay que empezar. Ya.
Si algún partido quiere mi voto en
las próximas elecciones que sepa que irá para aquellos que se comprometan a
empezar las gestiones que nos hagan avanzar rápidamente en este terreno.
Y si nadie escucha esta demanda,
habrá que “meter ruido”, Los “viejos activos” tenemos aquí un gran “campo de
trabajo”.
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