Desde
hace ya más de un mes parece insolidario, “intemporal”, y hasta casi imposible,
escribir de otra cosa que no sea Catalunya.
Pero,
salvo algunos ratos (demasiado largos, a veces) y algunos trozos de mí mismo,
mi solidaridad, mi inmersión en el tiempo y mis posibilidades (elegidas) han
girado en torno a las “personas mayores”, que dicen ellos, o sea “viejos”, que
digo yo.
En
realidad es algo mucho más importante, presente y decisivo, como lo son otros
tantos asuntos “olvidados” en el agujero tramposo de una actualidad dirigida:
la corrupción, a favor de quién se van a hacer los presupuestos de este año,
aquí y allá (si se hacen); el pacto escolar y las líneas maestras de la
educación que se están trabajando en Euskadi; el paro (130.000 parados en el
País Vasco); la huelga de Bershka (y alguna otra) (mientras Amancio Prada
obtiene unas ganancias de 1.256 millones de euros en dividendos, solo en 2017).
Sin olvidar la triste marcha del Bilbao Basket.
Volvamos.
A lo que importa ahora. Resulta que llevo un par de meses liándome (a
poquitines) en Hartu-emanak (una asociación de “mayores” empeñados en
procurarse y promocionar un envejecimiento activo.
Las
personas mayores de 64 años somos muchas y cada vez más. Sólo en Bizkaia hay
más de 230.000, es decir: uno de cada cinco bizkaínos.
Y
cada vez duramos más en esta condición: que la esperanza de vida pasa ya de los
80 años. Si tuvierais tiempo (¡ja!) y ganas para asistir a alguno de los
encuentros de estas gentes veríais que es verdad que muchos “estamos hechos unos
chavales”.
Así
que nos planteamos que, pasados los 64 años y salidos (algunos dicen que
sacados, pero allá ellos, que yo me he salido muy a gusto) del mundo del
trabajo productivo (productivo, sobre todo, para los que lo mangoneaban), nos
quedan una porrada de años por delante, que no podemos perderlos, que no
podemos dejar de ser tan personas como lo fuimos o lo quisimos ser, que no
podemos ser, exclusivamente, una carga para las generaciones siguientes, que
tenemos un montón de riqueza acumulada en experiencia, que… No os imagináis
cuántos “ques”. Porque ahora tenemos tiempo, mucho tiempo, para pensar,
discutir, escribir,…
Voy
a dejar este rollo aquí. Citando a Enrique Gil Calvo. Suyas son las palabras
que siguen: “Contra la tentación del retiro
pasivo todavía dominante, cuando se acerca el final de la vida queda una última
tarea pendiente a realizar de forma intransferible, que es envejecer con
autoridad, respeto ajeno y propio orgullo, para de esa forma poder morir más
tarde con dignidad”.
Es
lo que comúnmente viene llamándose envejecimiento activo.
Aunque
ya he escrito sobre esto de forma suelta en otras entradas, no quisiera que
nadie se enfadara ni se me “querellara” por el asunto de los “viejos”. Sabéis
que me gusta definirme como viejo. Trato de explicarme a continuación.
Me
ha costado casi una vida llegar a viejo.
Y
en cuanto creí haber llegado, comencé a oír voces (muchas voces) que me lo recriminaban
porque “viejos son los trapos”, “viejas son las cosas”, pero “las personas no
somos viejos”.
Tuve
que preguntar qué era yo, entonces, a dónde había llegado.
Unos
me dijeron que era una persona mayor: Pero yo ya era “mayor desde el año 1950,
cuando nació mi hermana, que me hizo “el hermano mayor”.
Otros
me dijeron que yo era un jubilado: Eso
era cierto. Yo venía del mundo del trabajo, y lo acababa de dejar. Pero,
mientras estuve trabajando, salvo en determinadas circunstancias, no me definía a mí mismo como un trabajador.
Lo era, pero había definiciones de mí
mismo más importantes, más interesantes: padre, esposo, amigo, ciudadano,…
Por
fin, unos terceros me dijeron que había entrado en la tercera edad: ¿En la
tercera? – dije. ¿Y, cuáles son las dos anteriores? Yo había oído hablar de
niñez, adolescencia, juventud, madurez y ahora resultaba que estaba todavía en
la tercera. ¿Cuál era la tercera? Y, además, aquello me sonaba a “Tercer mundo”. Y no me
gustaba.
Como
nada de lo que me decían me convencía me fui al diccionario de la Real Academia
y leí:
viejo, ja
Del lat.
vulg. veclus, y este
del lat. vetŭlus, dim. de vetus.
1. adj. Dicho de un ser vivo: De edad avanzada. Apl.
a pers., u. t. c. s. (usado también como sustantivo)
Y seguían otras veinte acepciones que no
vienen al caso.
Era
lo que yo pensaba de mí mismo: “soy de edad avanzada” Así que empecé a
reivindicar el título de viejo. Sólo para mí. Hay otras personas de edad
avanzada a las que ese título no les gusta, les irrita, incluso les parece
ofensivo. A ellas no las llamo nunca viejos.
Y
cuando creía tenerlo claro, llega todo este asunto del “envejecimiento activo”.
O
sea, vamos, que resulta que estoy envejeciendo continuamente. Desde que nací
estoy metido en un proceso que no va a acabar nunca, hasta la muerte. Todo el
día metido en un proceso que no tiene fin, que nunca llega a ninguna situación
estática. Más o menos, sería como estar todo el tiempo yendo a la playa, pero
sin llegar nunca. No me gusta demasiado.
Así
que voy a seguir reivindicando para mí el estatuto de viejo, y, si encuentro
otros como yo, intentaremos formar entre todos un movimiento de viejos activos.
Otro
día os cuento sobre los viejos catalanes.
Me parece una reflexión interesante. Tal vez yo también me anime a utilizar para mí el nombre de "viejo".
ResponderEliminarEn sí no es denigrante, aunque ha habido personas que lo han desacreditado utilizándolo como insulto equivalente a persona inútil e inservible que solo hace molestar y lo mejor es que se vaya (al otro barrio). Y desgraciadamente esta idea se ha implantado en la sociedad para la palabra "viejo"
Hace 4 ó 5 años que reivindico la palabra "viejo" para hablar de mí mismo.
ResponderEliminarAsí que comprenderás mi sorpresa y alegría cuando hace apenas 15 días leía estas palabras:
"Así, poco a poco se irá construyendo un nuevo lenguaje retórico, inherente al universo semántico de las personas mayores, y capaz por ejemplo de rehabilitar el uso de términos como `viejo´y `vejez´. Pero esa creación de un discurso nuevo sólo será posible si son los propios mayores quienes recuperan su voz y la elevan en público, tomando la palabra ante los demás. Una tarea reservada a los profetas precursores, también pioneros en este nuevo uso de las viejas palabras."
La cita, copiada textualmente es de Enrique Gil Calvo y es el párrafo final de la Ponencia presentada en el I Seminario - Taller sobre el Empoderamiento y la Participación Social, organizado por hartu-emanak en abril de 2004.
Anímate.
Me encanta escuchas la palabra "viejo" "vieja" dichas por los argentinos, con esa musicalidad y cariño fonético al que le añaden "mi vieja"... "mi viejo", a esa yo también me apunto.
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