Deliciosa a ratos, disparatada unas veces y cuerda, muy
cuerda, otras; descacharrante y para echarte a llorar a partes iguales;
juguetona, narrada en primera persona a modo de novela de pícaros, … “La vida
negociable”, de Luis Landero, me ha gustado tanto que no dudaré en afirmar que
su capítulo 6, por ejemplo, debería ser texto interdisciplinar de “estudio”
obligatorio en tercero de la ESO: en conocimiento del medio, en lengua y
literatura, en ética, en psicología, en orientación profesional y hasta en matemáticas.
Así que sólo añadiré un párrafo que nos explica algo de la
obra general de Luis Landero y varios otros que he entresacado de su novela:
“Sus libros se han
comparado con la obra cervantina, por su estructura tradicional, en una época
en la que parece que todo debe ser experimentación o ligereza, por el lenguaje
elaborado, por la ironía y cariño con que analiza las fantasías, anhelos e ideales
de la gente de su generación, una mayoría gris y silenciosa a la que se exige
el triunfo mundano como sea.”
“No me lo podía creer.
No podía creer que mi padre, el más acabado modelo de honestidad, tan rezador y
comulgante, y de principios tan estrictos, estuviese metido en un turbio
negocio de tejemanejes, de comisiones, escamoteos, falsificaciones y fraudes,
con la complicidad de porteros y contratistas, jefes de obra, obreros,
alcahuetes, proveedores, inspectores de urbanismo, y hasta algún presidente de
comunidad de vecinos, de modo que entre todos formaban una red de delincuentes,
de pequeños criminales, que a su manera eran poderosos, como si gobernasen a su
antojo un modesto reino en el que ellos formaban la aristocracia, y cuyo
monarca era mi padre, urdidor y coordinador de toda aquella trama.
Y
de ese modo me fue enseñando cómo amañar adjudicaciones de obras, cómo
apropiarse de fondos de la comunidad con cargo a gastos inexistentes, cómo
distraer dinero de las tasas, cómo poner y quitar presidentes de comunidad,
cómo emprender obras inútiles, raras o ficticias, o cómo inventar problemas que
luego él y los suyos resolvían y cobraban, ganándose de paso el respeto y la
gratitud de los vecinos, y así otras muchas cosas de ese estilo.”
“Todo empezó cuando un
contratista me ofreció un habano, y ya puestos”, y como era la hora de comer,
me invitó también a comer […] Hasta que llegó el momento fatídico en que me
dije: Si no lo haces tú lo hará otro, y cedí ante aquel argumento tan razonable
y tentador”.
Así le educa su padre: “Mira,
Huguito, en la vida todo es negociable, y también con Dios, digo yo, se podrá
negociar. Hay que aprender a convivir con el mal, y en este negocio mío y que
pronto será tuyo, piensa, como yo lo pensé en su día, que si no lo haces tú,
otro lo hará por ti, de modo que con tu virtud no evitas el mal; al contrario,
aceptándolo, puedes paliarlo en parte, contenerlo, hacerlo más venial y más
humano, y ese, a su modo, es también un servicio que se le presta a Dios, que
todo lo ve.”
“Y ahora entra en
escena otra vez el silencio, su majestad el silencio, el que a veces te obliga
a decir lo que no quieres y a callarte lo que anhelas decir, el urdidor de
equívocos, de esperanzas, de angustias, de culpas, de las más fantásticas
sugerencias e hipótesis, espada que hiere y elixir que alivia, cornadas de
grillo que a veces son mortales, escaparate y trastienda donde ocultarse o
exhibirse, albergue donde descansar y laberinto en el que extraviarse, el
comediante de las mil caras, el único capaz de decir lo indecible, el histrión
desvergonzado al que no le importa hacer público lo inconfesable sin miedo ni
rubor, el mago que convierte lo claro en turbio y lo inescrutable en evidente,
el que con más secreta elocuencia nos define, porque tanto o más que por
nuestras palabras los demás nos conocen e intuyen por nuestros silencios.”
“Esta historia es como
mi vida, un completo absurdo”
“Con los años uno se
acomoda a lo que hay, negocia con uno mismo y con el mundo, porque, como bien
decía mi padre, todo en la vida es negociable, ahora comienzo a comprenderlo,
ahora que empiezo a vivir en el presente sin otra patria que el presente. Quien
sabe, quizá aceptando mi fracaso, es decir, aceptándome, consiga, si no ser
feliz, al menos un poco de sosiego y de paz.”·
Tendremos que perdonarle que le atribuya el famoso "eureka" a Pitágoras
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