Pasear por
Bilbao una mañana fresca y soleada de otoño me resulta muy agradable. Más si es
a primera hora (las diez, por ejemplo) de la mañana.
Así que hoy
he aprovechado una revisión rutinaria en el hospital para hacerlo.
Imposible
imaginar las veces que he dicho “no, gracias”. Tantas que creo que las últimas he puesto mala cara, voz nada amable y me he visto a punto de encararme
con alguno de los sujetos a quienes me dirigía.
La cosa
empieza en las entradas y salidas del metro. Individuos cada vez menos jóvenes
intentan que les cojas uno o dos papeles (que inexorablemente van llenando las
papeleras de alrededor). Son gente que está trabajando. Supongo que por menos
de “tres pelas”. Me imagino que no encuentran otro trabajo.
Y por ello
siempre me dejan ese poso de: ¿qué me
cuesta cogérselo y que acaben y cobren cuanto antes? Y me tengo que repetir
que no quiero participar en semejante “desastre ecológico” (por la cosa del
papel) ni ser cómplice de tal desmán contra quienes son (deberían ser) iguales
a nosotros.
Pero hoy
éstos eran los menos. En Bilbao había una cuestación de Cruz Roja a beneficio
de no sé quién o quiénes. Y allí había adolescentes de ambos sexos disfrazados
de “cruzados”, adolescentes que, supongo, se habían saltado sus clases (o sea,
su trabajo diario) para ser solidarios, para sacar una buena nota en reli o en
ciudadanía, o para pasar una mañana diferente.
Y había
señores disfrazados de traje y corbata, señoras muy puestas disfrazadas de “mira
qué guapa me he puesto”, cocineros disfrazados de cocineros haciendo sus
cocinillas delante de un político al que se le veía del disfraz. Había incluso un motero, disfrazado de
motero. Todos tenían en común una hucha y unas tiras de pegatinas. Y algo más posiblemente
A todos
ellos les he tenido que decir, porque soy educado, “no, gracias”. ¿Estaban por todas partes o sólo se habían colocado
para turnarse en mi camino?
Lejos de mí,
voluntario por unas horas semanales en una agrupación de discapacitados (que
ahora ya no se dice así, pero no sé cómo se dice para ser políticamente
correcto), el emitir cualquier juicio negativo con quienes por unos momentos se
hayan sentido voluntarios.
Pero, eso
sí, puedo decir que tanta presencia e insistencia me ha resultado molesta.
Aseguro que me han aburrido.
Y eso no
está bien con un jubilado que se pasea por la ciudad en una mañana fresca y
soleada de otoño.
Afortunadamente (para mí) el cartel de un hombre que pedía junto a un perro me ha arrancado una sonrisa: "alégrame el día por un pequeño detalle. Gracias"
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