He sido
(soy) lector agradecido de José Carlos Somoza, de quien hasta hace un par de
años había leído casi todo lo que él había publicado. Incluso, alguna de sus
novelas las he recomendado encarecidamente (sobre todo “La llave del abismo”) Pero,
últimamente, se me habían acumulado dos de sus novelas en ese “montón” que
forman los libros para leer cuando tenga tiempo, esos que están ahí “para un
día de éstos”.
Así que
cuando me tropecé con “Croatoan”, lo último (creo) que ha publicado,
coincidiendo con la finalización de “Camille”, me dije a mí mismo que no podía
dejarlo pasar.
Y así fue.
Me puse a leerla de inmediato. Debo decir claramente que no me ha gustado. Se
lee muy fácil, hay continuamente eso que te dice “a ver qué pasa ahora” y ese “pero,
esto qué es”, que van tirando de ti hasta el final. Pero no me ha gustado.
Al cebo de
las leyes de la evolución y de una ficción sobre la próxima especie, la que va
a surgir tras la nuestra (cuyo final ocurrirá precisamente por la propia ley de
la evolución), le une una historia sin fuerza y unos personajes muy
desdibujados, excesivamente “pobres”, que me llevan a la conclusión de que no
me ha gustado.
Otra vez
será, J.C. Somoza.
Al mismo tiempo, pongamos que el mismo día no sea que alguien
saque la conclusión de que soy capaz de hacer dos cosas a la vez, terminaba yo
mi primer puzzle de jubilado. Ahí es nada.
Los puzzles me gustaron en mi juventud. Creo que sería mejor
decir que yo les gusté a ellos, pues no fueron pocas las noches que me dieron
las tantas con ellos, con mi seso totalmente sorbido, aunque a la mañana
siguiente hubiera que madrugar.
Fue una de las razones para abandonarlos: su absorbencia.
Pero, ahora puedo recuperar aquel viejo interés por resolver un misterio que se
sabe que tiene solución, que está en la tapa de la caja y que, por
consiguiente, sólo dará los quebraderos de cabeza que podemos y queremos
soportar.
El puzzle te mete en un mundo de pequeñas dimensiones, con
mucho color, con imágenes atractivas, con bordes estrictos y bien marcados,… en
su mundo. Un mundo del que queda fuera todas las portadas de la prensa,
matutina y vespertina, que hoy (y la mayor parte de los días) desearíamos
dejar ahí: fuera.
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