Otro año más
que no puedo defraudar a Hacienda. Llega el momento y me demuestran que lo
saben todo de mí. Cada euro ingresado. Claro que no debe ser difícil, porque no
son muchos.
Al menos no
son tantos como para que alguno de les despiste. Y monto en cólera un año más
por mi imposibilidad. Sólo algunos pueden.
Por lo que
dicen los papeles y lo que han venido diciendo desde hace meses, para defraudar
a Hacienda es preciso manejar mucha pasta. Todos los defraudadores tienen unos
ingresos muy superiores a los míos: ¿veinte veces más?; ¿cien veces más?; ¿mil
veces más?... Todos los defraudadores son gente “de posibles”. Posiblemente la
misma frase al revés también será verdad (salvando alguna excepción): todas las
gentes “de posibles” defraudan. (Gentes “de posibles”, como su propio nombre lo
indica, son gentes que pueden).
Y al cabreo
de no poder defraudar se añade ese otro que provoca el retintín de unos
cuantos: “claro, pero, por lo que usted dice, si usted pudiera…”.
Es que no
puedo. Y por mucho que hayan tratado de educarnos es que con la intención vale…
Porque han tratado de hacernos creer, y muchos lo han creído, que somos tan
defraudadores los que tenemos la intención de hacerlo como los que lo hacen. “Al
fin y al cabo todos somos iguales” – nos dicen.
Pues no. No
somos iguales Ellos se quedan con su parte de dinero dedicada al gasto común de
los ciudadanos y yo no. Somos profundamente desiguales: ellos pueden y yo no.
Y lo único
que exijo (inocente de mí, que se lo exijo a los desiguales, a los que sí
pueden) es igualdad. Pero no quiero igualdad para que yo también pueda
defraudar. Quiero igualdad para que ellos no tengan la posibilidad de seguir
defraudando. Quiero que llegado este momento el cabreo llegue a todos, porque
la imposibilidad sea universal.
A ver el año
próximo.
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