Por fin ayer por la tarde,
después de varios días amagando, decidí abandonar “El juego de Ripper”. Me
ha costado; tanto que ya había leído sus cien primeras páginas. Era la trampa
de una prosa fácil y fluida y el nombre de Isabel Allende.
Isabel Allende es una de
esas escritoras de las que he leído casi todo, y casi todo a gusto. Pero, esto
último… Un relato que no avanza, guiños a una realidad empobrecida y tópica, una
gran dispersión de temas y personajes cogidos con pinzas…Yo seguía leyendo
porque no me podía creer que aquello fuera tan decepcionante. “Va a cambiar. Ya
lo vas a ver”, me decía. Hasta ayer.
En definitiva no es más
que una de esas novelas que abandonas porque no te interesan. El asunto es que
estuve a punto de comprarla y, como lo que compro me lo leo (por principios,
aunque no sé muy bien cuáles), hubiera perdido muchas más horas, paciencia, fe
en los escritores,… y 20 euros o más.
Menos mal que, antes de
soltar la pasta, me pude hacer con ella por caminos más baratos. Tanto como
oímos a los escritores clamar contra lo que ellos denominan la “piratería” en
Internet, me pregunto si la buena de Isabel hubiera buscado la forma de
resarcirme de tanta pérdida como la enunciada. Me temo que no.
Y es en este momento del
discurrir cuando recuerdo (y cito de memoria, porque aquí no tengo los
materiales necesarios) como hace bien poco Reverte (a quien, en principio, leo
con respeto todas las semanas) venía a decir que una novela le llevaba dos años
y se preguntaba si eso se podía “bajar” impunemente para no pagarlo.
Pareciera, dicho así,
que ha dedicado dos años, en exclusividad, a esa novela. Pues en su discurso
había dos (al menos) datos que no aparecían: por una parte, los ingresos que le
quedan después de haber sido “robado” (no me parece temerario decir que no
trabaja más que mi hijo y que sus bienes y sus ingresos anuales sí son muy
superiores); por otra parte, todos esos “trabajillos” que rompen la
exclusividad de la novela: columnas periodísticas, conferencias, sesiones de
Academia, clases en la Uni, pensiones de jubilación, derechos de escritos
anteriores,… (todo no es atribuible al mismo autor).
Y, puestos ya, el pasado
domingo me encontré con una entrevista a un señor llamado Juan Gómez-Jurado,
que, además de periodista, es escritor y presentaba su quinta novela. Se
afirmaba allí que cada de sus novelas tiene más de 16.000 horas de trabajo. El
tiene 36 años.
Ahora mismo os lo
traduzco: en los convenios suelen aparecer alrededor de 1.700 horas de trabajo
anuales. Suponiendo que este señor trabaje el doble (o sea, 80 horas
semanales), es decir 3.400, cada novela llevaría casi 5 años de trabajo
exclusivo. Como ha escrito cinco novelas, lleva en el asunto cerca de 25 años.
Para los 36 que tiene, no está mal. Me pregunto de dónde sacará el tiempo para
ser periodista.
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