Cuando alguien muere, y
más si ese alguien ha sido una figura social, un hombre público y conocido,
parece como si su vida la hubiera escrito siempre con un bolígrafo de trazo
grueso y con líneas rectas. Como si no cupieran en su vida ni las curvas, ni las
desviaciones, ni las líneas finas que matizan y tiñen los colores del trazo.
Ya no caben más elogios
en la prensa, en la calle o en los comentarios de las cuadrillas a Iñaki
Azkuna. Al menos, eso es lo que parece desde Medina donde escribo, leo y escucho
lo que parece llegar desde Bilbao.
No seré yo quien hable
mal de él. No creo tener ninguna razón de peso. Creo que hice críticas a su
gestión y, si no las hice, el tiempo se me ha pasado ya. Pero matizar los
trazos gruesos… de eso no me voy a privar. Porque eso nos ayudará a reflexionar
sobre el siguiente, sobre lo que nos venga ahora.
Dicen que fue “el
alcalde de todos los bilbaínos”. Confieso que yo (de Sestao) ejerzo muy poco de
bilbainismo. Pero tengo claro que Azkuna nunca llegó a ser alcalde con mis
votos, porque yo nunca lo voté. Y que, si hubiera podido presentarse a las
próximas elecciones, tampoco lo hubiera votado. Azkuna, como todos los
alcaldes, era un hombre de partido, del PNV, y ese no es mi partido.
Que haya sido el mejor
alcalde que nunca ha tenido Bilbao, así, a botepronto, me parece verdad. Pero
no lo tenía muy difícil. El ranking de los anteriores no daba para mucho. Y
además eso no quiere decir que no pudiera haber habido otro que lo hiciera
mejor que él
Dicen que era un hombre
cercano. No me impresiona el asunto. Era cercano, pero más cercano de unos que
de otros, de unas calles que de otras, de unos barrios que de otros,… Al fin y
al cabo yo no pude ir a visitarle; sí que fue Juan Carlos. Y “dime con quién
andas y te diré quién eres”.
Nunca, por lo que
sabemos, aceptó un soborno, nunca hubo corrupción en sus cuentas (mucho más
saneadas que las del ¿90? Por ciento de los bilbaínos), nunca admitió favores,
ni se le conocen prebendas mal adquiridas. Y todo eso es de agradecer: que en
el mundo de nuestros políticos, uno de ellos se mantenga en la legalidad y en
la honradez es ejemplar, así que bienvenido sea. Pero, que éste sea un tema
importante en la vida de un político no tanto habla bien del sujeto cuanto mal
de la clase política.
Más allá de ciertas
actitudes chulescas, de utilizar el rodillo de las mayorías cuando le fue útil,
de cierta indiferencia real (no sentimental) a la hora de buscar soluciones a
quienes más han sufrido y sufren las crisis, más allá de la defensa de una
concepción de Bilbao desde el Centro y no desde las periferias, reconozco sin
que me duelan prendas que muchas veces he pensado que hacía las cosas bien, que
lo estaba haciendo mejor que otros y que estaba más cerca de la calle de lo que
parecen estar otros regidores.
Pero la cortesía y el
reconocimiento no eliminan ni la reflexión ni la crítica.
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