“Yo
fui Johnny Thunders” es la tercera novela que he leído, y la más reciente que ha publicado Carlos Zanón
(una vez más no confundir con Zafón)
En
mi blog el 29 de abril del 2012 a
propósito de “No llames a casa” decía yo esto:
“¿Es
una novela negra?, ¿es un thriller psicológico?, ¿una novela costumbrista del
más puro realismo?, ¿una novela policíaca? Esto último seguro que no. Ni
siquiera hay un guardia de circulación, tampoco un detective,… “
Pues
ahora digo lo mismo.
Es
una novela excesiva, que peca de exageración. Terrible. Sin respiro. Novela de perdedores,
perdedores y perdedores. No hay un solo ganador en sus páginas. Sí hay muchos que
buscan desesperadamente una oportunidad que les permita ser alguien. Impresionante.
Es una (¿muy?) buena novela. De las que se leen de un tirón, si hay tiempo, o
de las que se van “tragando” poco a poco para que no hagan mucho daño.
He
encontrado este resumen y os lo traigo aquí:
Francis, Mr. Frankie,
decide regresar al lugar donde vivió las primeras cosas, su barrio. Se marchó
de allí persiguiendo su particular sueño de rock’n’roll, que le llevó a
acariciar con la punta de sus dedos una fama tóxica y efímera. Ahora Francis
vuelve para dejar atrás la miseria y la drogadicción. Pero su viejo barrio son
ruinas por donde aún deambulan su padre, su medio hermana, su primera novia y
algún que otro amigo. Francis quiere empezar de nuevo y hacer las cosas bien.
El problema son los atajos, las canciones de tres minutos, la imposibilidad de
olvidar quién fue. Para Francis la línea recta es la distancia más retorcida
entre dos puntos. De momento, sus facturas y sus noches no suele pagarlas él,
pero esa situación no puede alargarse mucho más. Va a necesitar algo más que
promesas para salir adelante. Eso sí, en una ocasión fue Johnny Thunders.
Leeros,
si queréis esta entrada tan interesante:
Os
dejo dos citas textuales de la novela:
“Un grupo
numeroso de gente espera que los trabajadores tiren a los contenedores
productos caducados o en mal estado para llevárselos. […]Le hubiera gustado no
ver aquello. Hacer algo. Ser Batman. Tener los huevos que tenía antes y no esa
congoja, aquel cobarde sorbete de mocos y retirada.
—¡Hostiaputahostiaputahostiaputa!
Mete los
puños en la chaqueta que no puede abrochar del todo. Ha refrescado, pero aún no
es el frío que recuerda de los inviernos de crío. Está furioso, harto, loco.
Quemaría la ciudad. Los mataría a todos. A los que han hecho eso. A los que lo
han consentido. A los que lo vieron venir. A los que saldrán ilesos. A los que
se harán más ricos. Va subiendo sin saber hacia dónde. Cruza las inmensas
instalaciones de uno de los colegios religiosos del barrio, restos de cuando
Horta no era propiamente Barcelona sino zanahorias, lechugas y lavanderas. Se
cruza con chavales que salen de clases extraordinarias, actividades deportivas.
Sube por la Font d’en Fargues, toda una montaña que el asfalto no ha podido esconder.
Sin resuello, se detiene en uno de los bancos y se sienta. Se mesa los
cabellos. Mira sus viejos zapatos. Hace un amago de llorar, pero no hay nada
con lo que secar esa nada que le anega por dentro. Cierra los ojos con fuerza y
espera. Segundos después, todo sigue en su sitio.”
“El
dominio de la violencia, del más fuerte, y la única opción es dejar pasar el
tiempo hasta el último estertor, hasta el golpe final y luego intentar olvidar.”
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