La sala de espera
del departamento de vascular del hospital está a reventar. Cada vez que se
abren las puertas que separan la zona de médicos del lugar de espera y aparece
una enfermera, se oyen murmullos de queja por la espera. La hora de mi cita fue
hace ya 45 minutos.
De repente,
coincide en el tiempo la llegada de un matrimonio mayor y la salida de una
enfermera para nombrar al siguiente enfermo que va a ser visitado por el
médico. Un gritito de sorpresa sale de la enfermera, sonrisas, abrazos, … y
petición de la citación, como si no quiere la cosa.
Luego dice el
nombre del enfermo que debe pasar. Los siguientes en pasar han sido el
matrimonio recién llegado.
Es la hora del
enchufe
Llego
a una especie de isleta con semáforo, dudando entre si respetar su rojez o
arrojarme directamente a la carretera. La llegada por mi derecha de un coche de
la policía me disuade de mis intenciones y me clava en el enladrillado. Habrá
que esperar.
Mientras
lo hago, observo cómo el coche de la policía, en cuanto me rebasa, hace un giro
a la izquierda, invade la isleta, invade la carretera del otro sentido, y
enfila por una dirección prohibida hacia una callejuela del Casco Viejo.
Algo
está pasando, me digo. Y no me lo voy a perder (que soy un jubileta). Así que
reculo sobre mis pasos y me dirijo yo también hasta el comienzo de la calle. Al
llegar allí ya puedo ver lo que está sucediendo: el coche se ha detenido, un
policía continúa dentro y el otro se ha bajado. Justo en este momento entra en
una conocida tienda de bocadillos de jamón.
Es
la hora de la merienda.
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