El niño berreaba y tiraba con fuerza de la mano de
su madre en la dirección opuesta a la que acercaba a la escuela.
La madre tiraba de la mano de su hijo, mientras le
decía:
- Vamos, venga! ¿No ves que todos los niños van a la escuela?
Pero si lo vas a pasar muy bien. Tu hermano ya habrá llegado. Allí vas a estar
jugando y vas a hacer amiguitos.
El niño berreaba y tiraba con su pequeña fuerza.
- Chica – se dirigió la madre a otra señora que
acertó a pasar por allí -, que no hay nada que hacer. Que no quiere ir a la
escuela y que no quiere. Ni premios, ni castigos, ni nada. No hay forma. Sólo
me queda la fuerza bruta.
Cuando llegué a doblar la esquina aún alcancé a oír
el llanto desmesurado del niño y a ver cómo sus fuerzas habían cedido y su
madre lo arrastraba hacia la escuela.
¡Qué listo el crío! Con apenas cuatro años –calculo-
ya sabía lo que le convenía y lo que no.
¡Qué pobreza la de la madre! Sólo contaba con un
único recurso: la escuela.
¡Qué triste esta sociedad! Con todo lo que tenemos
de bienestar, derechos, propiedades, servicios, seguridades, … y aún no hemos
sido capaces de crear lugares – tiempos – situaciones, en los que los niños
vayan creciendo entre iguales en sociabilidad, autonomía, curiosidad,
imaginación, conocimientos de respuestas,…
¿Y si ampliásemos y potenciásemos los parques y
colocásemos allí educadores?
Buen finde (pronto)
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