Llegó a la EPO rebotado de algún otro Centro. Su
currículum podría haber impresionado: muy mal estudiante (sólo en la EPO podría
llegar a sacar el certificado de graduado escolar), insociable (ni padres, ni
profesores, ni compañeros de clase entraban entre sus allegados), violento (“cualquier
día quema el coche de un profe” … en el Centro del que venía), porrero (aunque
nunca le pillamos con las manos en la masa, sólo con los ojos y el aliento
fuera de sus sitios), motorizado, chulo, … y hasta feo.
Hoy (cuatro o cinco años después) lo he visto allá
al fondo de la plaza. Acompañaba a un perrito (casi un peluche, me ha dicho
luego él mismo) al que sacaba de casa a que hiciera sus “cositas” (en el mundo
de los acompañantes de perro se llaman así). No había casi nadie. Y, de
repente, ha cogido al chucho entre sus manos, ha alzado sus brazos por encima
de la cabeza, le ha hecho un par de carantoñas y le ha estampado un beso. Creo que
en la cabeza. Estábamos lejos y no puedo precisar dónde ha sido el beso. Mi
imaginación me ha traicionado, por supuesto, y lo ha colocado en plenos morros.
¿Qué más da?
¡Cómo pasa el tiempo!
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