A propósito de de
la expropiación realizada en dos supermercados por el Sindicato Andaluz de
Trabajadores (SAT), el ministro de Interior ha dicho que “en una democracia
la gente no puede tomarse la justicia por su mano”.
¿Estaba el Sr.
Ministro admitiendo, aún más afirmando que dicha expropiación era un acto de
justicia? Parece que así lo reconoce. Y, si la gente no puede tomárselo por su
mano, ¿quién va a hacer justicia?. ¿La Justicia?
Debemos agradecer
a nuestros ministros semejante claridad de ideas y de juicios: SABEN LO QUE ES
JUSTO Y LO QUE NO. Lástima que los jueces no tengan esa misma claridad y no
obliguen a la propia policía a ser ella quien ejecute la expropiación. En ese
caso todo funcionaría correctamente en nuestra democrática sociedad.
La edad de la
duda, Andrea Camillero:
Si alguien espera
una reflexión aguda sobre la crisis vista desde el lado italiano, que pierda
toda esperanza. Quizás sea porque la novela está escrita en el 2008, aunque a
nosotros nos llegue ahora.
Después de los dos
chascos que supusieron mis dos lecturas anteriores de Camillero, tenía tantas
esperanzas depositadas en ésta, que, al fin y al cabo, es de la serie de
Montalbano, que mi decepción ha sido considerable.
No sólo porque de
la crisis nada. Además me he encontrado con un personaje “disminuido”, reducido
a cuatro rasgos muy vagos y a la problemática de cualquier cincuentón entre ser
fiel a su “mujer” o vivir un apasionado amor-flechazo, aunque más bien lo que
parece es que lo que importa es vivir una aventura erótica fuera de los cauces
acostumbrados.
Los personajes que
rodean al protagonista, tan importantes para la “negrura” de las novelas
negras, son aquí esquemáticos, repetitivos, sin ningún valor añadido (su
“chica”, sus subalternos, sus superiores, los miembros de otros cuerpos
policiales,…) y en algún caso, como el de Mimí Augillo, inverosímiles,
increíbles, puro estereotipo.
Camillero se
muestra, faltaría más, como un buen artesano, conoce su oficio y construye una
novela con suspense, con esos tics que permiten que el lector sonría con
complicidad, con una línea crítica basada en algo ya políticamente correcto
como es el problema de los inmigrantes sin papeles, con una prosa fluida,
sencilla, relectura fácil y amena. Pero nada más. Mucho ruido y pocas, muy
pocas, nueces.
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