Me he
desayunado (mosqueado, muy mosqueado) con la gran noticia en primera plana: “Uno
de cada tres vascos no paga las medicinas”.
Mosqueado,
claro, porque ese uno que no paga era yo: el pensionista que llega a la
farmacia y por 0 euros se lleva todas las medicinas que necesita (o que le han recetado).
Es
verdad que yo ya no le pago al farmacéutico. Pero, con el PASTON que le he dado
a la Hacienda Vasca este último año ( y los 30 anteriores, sin ir más lejos) he
pagado mis medicinas y las de unos cuentos más.
Ya está
bien de que nos creamos que es el Estado el que paga. Pagamos los currelas, en
activo o en “excedencia”. El Estado es una entelequia que, como mucho, chupa
más de lo que devuelve. De lo contrario no tendría nada. Y, ¿a quién le va a
chupar?
Muy
mosqueado, sí señor.
Os iba
a contar, antes, después y durante el mosqueo, que he leído, en un plis-plas,
no se si una novelita o un cuentazo. Por su tamaño: 50 páginas. No sabría muy
bien cómo considerar “La nieta del señor Linh” de Philippe Claudel.
Una delicia. A Ph.
Claudel lo conocí hace unos meses con motivo de la tertulia literaria sobre “Almas
grises”. Ya entonces me impresionó tanto que me prometí que aquello no sería lo
último que leyera de él. Os lo recomendé
entonces y vuelvo a hacerlo ahora.
No voy a contar nada
de “La nieta del…” No quiero daros ninguna pista que desvele una historia
absolutamente sorprendente porque resulta totalmente real e increíble a la vez
desde su planteamiento. ¿Dónde está la identidad de un hombre?
Tierna (ojito “los
de lágrima fácil”), mordaz, crítica, lúcida,… Nacidos para morir, mejor hacerlo
lo más tarde posible; mejor aún si es el último acto de libertad y no un
dejarse ir en un “moridero”.
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