“1794”, de Niklas Natt Och Dag muy bien podrían ser cuatro historias convergentes: la de Erik Tres Rosas, la de Anna Stina, la de Winge y, entramándolas a todas, la de Cardell, el “policía” manco que arregla lo que puede, que no es mucho.
Como ya anuncia su título es, de alguna manera,
continuación de “1793”, a la que debe muchos de sus acontecimientos y alguno de
los personajes centrales. Por deberle, le debe tanto que, a veces, resulta de
difícil comprensión si no se ha leído la anterior.
Me imagino, además, que habrá una “1975” sin tardar
mucho. (Ya se sabe, una novela por año es lo que parece que se vende).
La “aventura” se lee con atención, no es nada
profunda, ni difícil, ni enrevesada. Volvemos a estar ante una mezcla de
estilos (propia, me da, de los bestsellers), que recoge algunas críticas
sociales propias de la novela negra, pero que podrían (muy bien) no estar ahí.
Es decir, que la novela sin ellas no se resentiría ni un poco.
Es la denuncia del esclavismo:
“- Todas las
Antillas son un gran matadero, lo cual no sería posible sin nuestra
contribución: El beneficio es tan grande y los esclavos son tan baratos que
muchos eligen dejarlos morir de hambre […] La caña de azúcar crece sobre las
fosas de los muertos que la han cultivado, y con esa azúcar endulzamos nuestros
alimentos. […] ¿No crees que habríamos mostrado un poco más de compasión si
hubiéramos ido a África y nos hubiéramos comido a los negros directamente?”
Es la deuncia de la situación de la mujer:
“- Usted no tiene
idea de lo que supone ser mujer: de nosotras sólo se espera que olvidemos el
raciocinio que Dios nos ha concedido y lo dejemos todo en manos de los hombres.
Usted cree que […] muestras cabezas no albergan ningún pensamiento valioso,
ningún sueño más allá del de traer hijos al mundo, uno detrás de otro, y a ser
posible varones, hasta que la edad nos arrebate la belleza y nos quite el único
recurso por el que se nos valora.”
“- No tengo nada
en contra de los niños, pero no estoy dispuesta a asumir el precio que toca
pagar por ellos: un hombre. No quiero saber nada de un ser que a la menor
oportunidad desaparece y te deja abandonada o, peor aún, que decide quedarse.
[…] Solía llorar por haber nacido desfigurada, pero ahora no pasa un día sin
que de gracias por ello.”
Es esa visión negativa de la sociedad y de la vida:
“- ¿Qué opciones
les depara la vida a estos niños, al fin y al cabo? ¿Acaso cuando se hagan
mayores podrán elegir un camino distinto al de convertirse en víctima o
verdugo?”
“ - Ahora sabía
que la razón por la que Satanás puede mezclarse entre los hombres y caminar a
nuestro lado es que el mundo en que vivimos es el infierno mismo hecho
realidad.”
Una vez más está presente eso que he llamado “detallismo
localista”. Esta vez en el Estocolmo de finales del siglo XVIII, con lo que mis
dificultades (y, supongo, las de la mayoría de los lectores) aumentan. Pero,
parece que a los autores de novela les ha dado por escribir contando los detalles
de su localidad y no tendremos más remedio que habituarnos a ellos. O dejar de
leer.
Si ya leíste “1793”, ésta (“1794”) te aportará bien
poco. Ahora bien, si aquella te gustó, ésta no te disgustará.
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