“Esto es lo que subyace en el pensamiento de la madre: que el deber de los hijos es hacerse cargo de los padres incluso renunciando a su propia vida, como hicieron ellos con los suyos. También que esa renuncia tiene la muerte como fecha límite y que, por tanto, solo es un aplazamiento de lo propio. El trato para preservar la decencia y, en último término, la dignidad de lo humano es dar cobijo, sustento y cuidado en el tramo final y luego continuar con la conciencia tranquila y la esperanza de que la siguiente generación haga lo propio”
“Llévame a casa”, de Jesús Carrasco es una novela “extraña”: extraña porque nada de lo que se relata puede escaparse de lo que nos parecería “normal”, cosa que resulta rara en una novela en la que se encadenan y desencadenan relaciones familiares entre hermanos y entre la madre y los hijos.
El padre está presente en muchas de las
vueltas al pasado, porque lo que sirve de comienzo a la historia es,
precisamente, la muerte del padre
¿Pueden-deben los hijos vivir su vida
desentendiéndose de sus mayores? ¿Le toca siempre a la chica ser quien cuide de
ellos?
Es una bonita historia en la que todo
fluye con naturalidad, en la que cada uno va encontrando su lugar (¿su casa?),
en la que las posiciones de los tres protagonistas se van reconstruyendo a
medida que avanza el relato, sin estridencias, tal como la vida les viene dada.
Y tengo que resaltar que todo lo que
llevo escrito hasta aquí es una de las posibles lecturas. Pero, que se me
ocurren varias otras muy diferentes. Es, pienso, una novela muy rica en
interpretaciones.
Y, además, es una novela inconclusa,
con un final abierto por completo. A modo de serie televisiva preparada para una
mueva temporada.
Habría que hablar del medio rural en
el que trascurre la acción.
Y de una prosa sencilla, fluida y
bien construida.
“Llévame a casa” es el imperativo de
una mujer con alzhéimer, pero ¿dónde está mi casa? ¿Cuál de todas las que he
habitado es la mía?
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