Debo (y quiero) suponer que Niklas
Natt Och Dag se ha documentado lo suficiente como para que podamos creernos el
Estocolmo que sirve de marco geográfico e histórico a “1793”.
No es, ni de lejos, el lugar o el
tiempo en los que uno hubiera querido vivir. Y, si los actuales suecos son
descendientes “directos” de aquellos, más nos vale que no sigan sirviéndonos de
modelo social.
Thriller “sucio” (“novelas basadas
en un crimen “sucio”, tan sucio que es capaz de manchar hasta el propio
concepto de “humano”). Muy sucio.
Es lo
primero que me viene a la imaginación al leer “1793”. Y, luego, la pregunta: si
ya éramos así los hombres hace más de doscientos años, ¿de qué nos ha servido
el paso del tiempo, la democracia política, la declaración de los derechos del
ciudadano, la cultura, ….?
La novela
se lee muy bien, porque está muy bien construida y escrita. Pero, lo que queda
es ese sabor agrio, el que se desprende de:
“- Ahora he visto el mundo, Winge.
Los humanos son sabandijas mentirosas, una manada de lobos sedientos de sangre
y de poder. Los esclavos no son mucho mejores que sus señores, sólo más
débiles. Los inocentes sólo siguen siéndolo porque son unos incapaces. Antes de
que París se convirtiera en un río de sangre (se
refiere a la revolución de 1789) todo el mundo hablaba de igualdad, libertad
y fraternidad, de derechos humanos, y ahora esas mismas voces se oyen aquí…”
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