Por cuarto
año consecutivo (desde que el pequeño cumplió los tres años) han repetido “la
jugada”: han colocado a sus dos hijos (seis y ocho años) bajo los cuidados del
abuelo durante las vacaciones de navidad. Son unos jetas. Al menos, visto desde
“fuera”, son unos jetas.
Dicen –los jetas-
que al abuelo le gusta, que así sigue “vivo”, que tiene una ilusión, que es
bueno para él.
El padre es
funcionario, de los que acaban el trabajo diario a las tres de la tarde. O sea,
de los que tienen toda la tarde libre: para echar la partida, comprar algunos
regalos, dormir la siesta, tomar una copa,… y sin que los niños molesten. La madre trabaja en una tienda. Sale tarde del trabajo porque a mediodía
cierran durante casi tres horas. Justo para comer, ver un poco la tele, limpiar
un poco la casa… y echar de menos a sus hijos.
En casa
entran dos sueldos y no hay gastos extras: ni hipoteca, ni segunda vivienda, ni
colegio privado. O sea, dinero suficiente como para no necesitar que alguien
les haga de canguro gratis.
Pero, los
niños tienen que hacer feliz al abuelo. Él se quedó viudo ahora hace cinco años
y, jubilado, “no tiene nada que hacer”. El no duerme siestas, ni ve la tele, ni
compra regalos, ni echa partidas, ni toma copas, ni tiene amigos con los que
charlar, pasear, jugar…
Eso dicen –los
jetas-.
El abuelo
vive en un pueblo pequeño donde ya no queda ningún niño de la edad de sus
nietos, así que él debe estar con ellos todo el tiempo. Si no, ¿qué va a hacer
un pequeño de tres años? El abuelo es un hombre vivaz, capacitado para las
tareas de la casa, preparar la comida, hacer las compras necesarias… Lo hace a
lo largo de todo el año. Pero, ahora ya no está solo y los pequeños se
convierten en una carga, a veces, no liviana.
Por supuesto
que les quiere y que les aguanta,
posiblemente, más que sus padres. Pero a veces, se siente un poco “mayor” para
semejantes tareas.
Claro que
sólo son dos semanas. Enteras. Porque como este año las navidades han
coincidido con el fin de semana, todos los demás días han sido laborables. Es
decir, de los que los padres tienen que ir al trabajo.
Y, como los
pobres trabajan tanto –piensa y dice el abuelo- él solo ha preparado las
fiestas: un par de cenas especiales, un par de comidas, la casa, las
decoraciones, los momentos especiales de regalos… Bueno, los padres han llegado
con algunos regalos para los niños y para él.
Son unos
jetas.
Al menos,
visto desde “fuera”, son unos jetas.
Y no pienso,
no tengo ninguna intención de verlo desde “dentro”.
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