Muchas hojas
muertas por el suelo. Gris casi plomizo, salpicado a intervalos por claros de
luz. Olor a leña quemada. Humo en las chimeneas. Los mismos caminos, abiertos a
los mismos futuros. Los mismos silencios, quizás más profundos por la falta de trinos
jóvenes. El otoño.
Los mismos
resquemores, las mismas envidias, los mismos quereres. Los mismos deseos, un
poco más apagados en conjunción con la tierra sin fruto.
Poco cambia
en el pueblo: la luz, el sol menos tempranero y más fugaz, la falta de ajetreo
de los lugareños, la misma lejanía de los grandes acontecimientos.
Ni Rajoy, ni
Trump, ni los sirios, ni las grandes decisiones del Banco Mundial. Nadie pasa
por aquí. O a nadie se le ve pasar. Y “ojos que no ven…”. Es el otoño.
Y antes fue
el verano y mañana será el invierno. Pero, aquí sólo se mueve la quietud en un
ligero bamboleo de caderas que no necesitan pies para ir a ninguna parte.
Ya no
tardaré en volver a la ciudad.
Hoy, por lo
demás, es día de rendir reconocimiento a Leonard Cohen y a Francisco Nieva,
menos conocido éste último por el público en general, pero nombre de gran
prestigio en el teatro español.
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