Escucho
y leo reacciones diversas a la muerte de Rita Barberá y se me calienta la
cabeza y se me encienden los dedos que no pueden enfriarse de otra manera que
golpeando este teclado.
Aquello
de qué bueno era (el difunto), sólo
es verdad si el difunto era bueno y cuando era malo era malo. Y tengo la
certeza moral, que no basta para enviar a nadie a la cárcel, pero si para
escribir en mi blog, la certeza, decía, de que Rita Barberá no fue buena, al
revés fue mala: se dejó corromper y corrompió; se lucró con dineros públicos (y
privados a los que favoreció); causó mucho dolor porque todo ello lo hizo a
costa de los que necesitaban una vida más digna; fue una lacra para los valencianos,
y para los demás.
No
fue buena, y ya nunca lo podrá ser. Que, al menos, conste así en la historia, y
que todos aquellos que hoy hablan de ella con “respeto” tengan un día que
reconocer a quién respetaban (y a quién no).
No hagamos leña del árbol caído. Esa afirmación no es
muestra de misericordia, sino de vivir sin frío. Porque cuando hace frío, del
árbol caído se hace leña, que se amontona en la leñera y termina en el fuego de
una estufa dando calor. Y nunca un árbol caído habrá sido más útil.
Me
duele pensar que ella se ha ido de rositas y que su ¿gran? fortuna (no sé cuál
será su tamaño) irá a parar a manos de sus herederos legales, que no va a ser
ni el pueblo valenciano, ni ningún otro pueblo. Así ha sido siempre con los
bienes acumulados por cualquier dictador o por cualquier ladrón que no haya
sido juzgado. Así, me temo, va a ser.
Todos
esos que andan diciendo ahora que “pobre,
lo que habrá tenido que sufrir en los últimos tiempos, lo mal que lo habrá
pasado…”, mejor harían preocupándose de que todo lo que robó vuelva a los
robados. Eso sí sería honrar su memoria.
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