Vayamos con el canon que los expertos
consideran que “a su juicio todo joven
debería haber leído antes de cumplir la mayoría de edad”.
Destacaría varios puntos:
- Falta de acuerdo, totalmente comprensible,
en aquellas lecturas de nuestra lejana adolescencia: “Moby Dick”, “La isla del
tesoro”, “Tom Sawyer”, Robinson Crusoe. Alguna de ellas, indudablemente para
mí, sería bueno que estuviera leída antes de dejar de ser joven.
- Extraña coincidencia en “1984”. A mí, de
Orwell, me gusta mucho más “Rebelión en la granja”.
- Aparece algo de poesía. Curioso que haya
quien señale “Poeta en Nueva York” de Lorca; curioso porque es lo más difícil
de Lorca y lo ¿menos? interesante para un adolescente. Hay muy poco teatro y
apenas nada de relatos breves.
Quizás porque en mi adolescencia yo me inflé
a leer teatro y, menos, poesía, quizás porque yo llegué muy tarde a la novela
(creo que a mis 25 años no había pasado de leer media docena de ellas), quizás
por lógica, pienso que teatro y poesía son más apetecibles, más cautivadores,
más motivadores (que se dice ahora)
- Y, por último, es tal dispersión entre los
10 expertos (bendita dispersión que nos ayudará a comprender que lo del canon
es un invento y, por tanto, no hay que creérselo) que si alguien quisiera
conocer todo lo que se propone, no tendría más remedio que leerse 30 ó 40 obras
(que no estaría nada mal).
Yo también tuve mi canon. Estoy seguro. A lo
largo de un montón de cursos, mis alumnos de la ESO (“normalizada”) tuvieron
que leer por obligación unas cuantas obras literarias (también tenían que
escribir).
Pero aquello sucedía porque tenían que “aprobar”
(según ellos; conocer y gustar, decía yo) una materia de estudio que yo
consideraba primordial. Si yo no hubiera sido profesor, habría desterrado la obligación.
Mi pregunta no hubiera sido: ¿Qué tienen que…? , sino: ¿qué me hubiera gustado
que ellos hubieran leído? Combinar en la educación gusto y obligación, sin
hacer dejación de ninguno de los dos, es una de las tareas más difíciles y
apasionantes en la Escuela.
Tuve mi canon y fue variando a lo largo del
tiempo. Porque la experiencia me decía que alguna de las obras que proponía era
“imposible” para aquellos chavales. Porque mis lecturas propias me aconsejaban
incorporar alguna de ellas. Porque escuchaba a otros que también estaban en el
ajo.
Pues eso hay que hacer con el canon. No creérselo
demasiado, cambiarlo cuantas veces sea necesario, y utilizarlo como guía… si
sirve.
He echado mucho en falta dos novelas (“La
perla” de Jhon Steinbeck e “Historia
de una gaviota y del gato que le enseñó a volar” de Luis Sepúlveda); los cuentos de Quim Monzó y
la poesía de Machado y Hernández.
Que os regalen muchos libros el jueves.
No hay comentarios:
Publicar un comentario