viernes, 30 de abril de 2021

1794


 “1794”, de Niklas Natt Och Dag muy bien podrían ser cuatro historias convergentes: la de Erik Tres Rosas, la de Anna Stina, la de Winge y, entramándolas a todas, la de Cardell, el “policía” manco que arregla lo que puede, que no es mucho.

Como ya anuncia su título es, de alguna manera, continuación de “1793”, a la que debe muchos de sus acontecimientos y alguno de los personajes centrales. Por deberle, le debe tanto que, a veces, resulta de difícil comprensión si no se ha leído la anterior.

Me imagino, además, que habrá una “1975” sin tardar mucho. (Ya se sabe, una novela por año es lo que parece que se vende).

La “aventura” se lee con atención, no es nada profunda, ni difícil, ni enrevesada. Volvemos a estar ante una mezcla de estilos (propia, me da, de los bestsellers), que recoge algunas críticas sociales propias de la novela negra, pero que podrían (muy bien) no estar ahí. Es decir, que la novela sin ellas no se resentiría ni un poco.

Es la denuncia del esclavismo:

“- Todas las Antillas son un gran matadero, lo cual no sería posible sin nuestra contribución: El beneficio es tan grande y los esclavos son tan baratos que muchos eligen dejarlos morir de hambre […] La caña de azúcar crece sobre las fosas de los muertos que la han cultivado, y con esa azúcar endulzamos nuestros alimentos. […] ¿No crees que habríamos mostrado un poco más de compasión si hubiéramos ido a África y nos hubiéramos comido a los negros directamente?”

Es la deuncia de la situación de la mujer:

“- Usted no tiene idea de lo que supone ser mujer: de nosotras sólo se espera que olvidemos el raciocinio que Dios nos ha concedido y lo dejemos todo en manos de los hombres. Usted cree que […] muestras cabezas no albergan ningún pensamiento valioso, ningún sueño más allá del de traer hijos al mundo, uno detrás de otro, y a ser posible varones, hasta que la edad nos arrebate la belleza y nos quite el único recurso por el que se nos valora.”

“- No tengo nada en contra de los niños, pero no estoy dispuesta a asumir el precio que toca pagar por ellos: un hombre. No quiero saber nada de un ser que a la menor oportunidad desaparece y te deja abandonada o, peor aún, que decide quedarse. […] Solía llorar por haber nacido desfigurada, pero ahora no pasa un día sin que de gracias por ello.”

Es esa visión negativa de la sociedad y de la vida:

“- ¿Qué opciones les depara la vida a estos niños, al fin y al cabo? ¿Acaso cuando se hagan mayores podrán elegir un camino distinto al de convertirse en víctima o verdugo?”

“ - Ahora sabía que la razón por la que Satanás puede mezclarse entre los hombres y caminar a nuestro lado es que el mundo en que vivimos es el infierno mismo hecho realidad.”

Una vez más está presente eso que he llamado “detallismo localista”. Esta vez en el Estocolmo de finales del siglo XVIII, con lo que mis dificultades (y, supongo, las de la mayoría de los lectores) aumentan. Pero, parece que a los autores de novela les ha dado por escribir contando los detalles de su localidad y no tendremos más remedio que habituarnos a ellos. O dejar de leer.

Si ya leíste “1793”, ésta (“1794”) te aportará bien poco. Ahora bien, si aquella te gustó, ésta no te disgustará.

martes, 20 de abril de 2021

La señora Dalloway

 Me costó entrar en la novela. Tanto que la hubiera dejado de lado de no ser por la disciplina que impone el hecho de que la leía para una tertulia.

Revolviendo por la Red, después de leerla, encontré esto: “También es un libro que se debe recibir sin presiones, Cuando llegue el momento adecuado, se disfruta. Y, en caso contrario, siempre existirá la libertad de odiarlo” (En el blog “Al Actualidad Literatura)

Ahora puedo afirmar que la disciplina, esta vez, me condujo a buen puerto, que ha merecido la pena y que es una gran novela.

Posiblemente por el estilo, por las formas más que por su “contenido”. Esa mezcla de acciones y pensamientos, esos flashbacks, esos cambios de perspectiva-narrador que , sin romper la continuidad del relato, le permite dar la voz a un narrador omnisciente en tercera persona o a un narrador en primera en monólogo interior, enriqueciendo los puntos de vista de una misma acción, esas metáforas, …

“La señora Dalloway”, de Virginia Woolf narra un día en la vida de Clarissa Dalloway: cómo ella prepara y celebra una fiesta. Nada más.

Estamos en Londres, un día agradable del mes de Junio de principios del siglo XXI, poco después de acabar la Primera Gran Guerra. Y, en palabras del narrador, para conocer a Clarissa, o para conocer a cualquiera, uno debía buscar a la gente que lo completaba; incluso los lugares.".

No pasa nada, pero en ese no pasar nada, aparecerá la locura y la crueldad de la guerra, la banalidad de una clase social más pendiente de sus fiestas que de otra cosa, la poca importancia de la política de salón, los tipos de mujer que ya entonces se adivinan o que pueblan ese universo, la falsedad hipócrita de la aristocracia, las distancias sociales, la presencia de la extranjera, el amor no correspondido o no vivido hasta el final, la muerte. Y algunas otras cosas más.

Podéis descubrirlas. Merece la pena.