El año se acaba y en mi cabeza y en esa magnífica agenda en la
que se ha convertido mi teléfono móvil se acumulan desperdigados varios temas
que querrían convertirse cada uno de ellos en entradas singulares para este
blog, pero que no lo van a conseguir y que deberán conformarse con formar un popurrí
en ésta.
He ido dejando reseñar un par de novelas porque no tenían
suficiente entidad cada una de ellas. Se trata de “La soledad era esto”, de
Juan José Millás (premio Nadal en 1990), novela cortita de la que, por dejaros
algo, os copiaré:
“La soledad es una
amputación no visible, pero tan eficaz como si te arrancaran la vista y el oído
y así, aislada de todas las sensaciones exteriores, de todos los puntos de
referencia, y sólo con el tacto y la memoria, tuvieras que reconstruir el mundo
que has de habitar y que te habita”
La segunda novela es “La ciudad está triste”, de Ramón Díaz
Eterovic. Últimamente había leído varias recomendaciones sobre su lectura. Así
que decidí comenzar con la primera de las aventuras de su detective Heredia. El
resultado ha sido una novelita, por sus dimensiones y por su valor, que abunda
en los lugares comunes de la novela negra, pero sin “gracia”. No creo que
seguiré las andanzas dl detective Heredia. No, al menos, por el momento.
En el último mes han sido varios los momentos en los que me
encontrado en medio de una “discusión” sobre alguna novela, o en medio de una retahíla
de títulos y opiniones. Y en todos ellos he podido observar dos tipos de
posicionamientos: unos que dicen “esta novela es buena (o mala)” y otros que
dicen “esta novela me ha gustado (o no me ha gustado). En la primera de las
afirmaciones hay algo de “sentar cátedra”, algo que a mí cada vez me cuesta más
admitir. Dicho por mi o dicho por otro (o escrito).
Además he leído tantas listas de “las diez mejores novelas
del 2017”, y tan diferentes, y que se acercaban tan poco a mis gustos y mis
análisis… Dos conclusiones: cada uno lee lo que quiere y juzga lo leído desde
sus intereses y sus gustos. Que algunas novelas son malas (incluso muy malas)
puede ser evidente: contradicciones en el desarrollo de los personajes; mal
empleo del tiempo en el relato; pobreza de vocabulario; expresiones
equivocadas; … Pero, de ahí a que otras sean buenas porque lo dice un crítico
(o cinco)...
Y una segunda conclusión: tengo que releer “Prólogo para una
guerra” de Iván Repila.
Como de sabios es rectificar y la vejez activa y la sabiduría
se codean como buenas compañeras de camino, os aclaro que he rectificado una de
esas posturas que uno (yo, al menos) adopta en la efervescencia del dulce “fare
niente” de los inicios de la jubilación.
Decía yo entonces que se habían acabado los “libros de estudio”, que no iba a
leer nada que no fuera novela, teatro o poesía.
Pero, pasados 5 años (5, ya), es fácil comprender que aún
queda mucha vida por delante y que ese trecho no es para convertirse en un “burro”,
que ya no aprende nada, no reflexiona sobre nada o no admite que hay quienes
son interesantes de leer o escuchar.
Así que, en estas últimas semanas me he leído varias cosas
sobre el envejecimiento, sobre el suicidio asistido y, más recientemente un par
de textos de “investigación”, que podéis encontrar en la web de Alboan:
“La medición
del bienestar social”, interesante, sobre todo, para
cualquier investigador sociólogo y “Lo alternativo: el futuro común deseable y
posible”, más que interesante y digno de leer con atención y tranquilidad.
Casi por último, llevamos unas semanas viendo cómo a algunos
se les llena la boca con ese algo más del 3% de aumento del PIB en 2017. Claro
que es importante, pero me digo yo que los 6,3 millones de jubilados de este
país no hemos aumentado nuestras rentas (salvo afortunados en a lotería, o con
otras fuentes de ingreso más allá de la pensión) más que un 0’25%. (Cada uno de
vosotros podrá cambiar el colectivo jubilados por el que os corresponda y el
0´25% por vuestra subida salarial). Y si nosotros no hemos llegado al 3%,
¿quién se ha apropiado del 2´75% restante? Porque, por aquello de la
estadística (yo no tengo ninguna vaca, pero como tú tienes dos, de media
resulta que cada uno tenemos una. Claro que sólo tú bebes leche y comes carne.
Ahí no hay estadística que valga) a alguien le tocará lo que yo no he llegado a
oler (vamos que si fuéramos dos y yo hubiera conseguido un 0´25%, el otro
habría conseguido un 5´75%: mi 2´75 y su 3%).
Creo que, además de llenársele la boca, a alguno se le ha
llenado el bolsillo.
Lo último es el postrer ejemplo de que cada uno lee lo que
quiere (y hace bien). Mis deseos para el 2018 incluían la necesidad de soplar
en la debida dirección para que se cumplan. Un buen lector me ha contestado que
él, en estas fiestas, ya va a “soplar” todo lo que pueda… sin que se le note.
Para él esta última cita de la novela que leo en este momento
y que tiene por autor a Luis Landero “Sí,
hijo sí. Si encuentras la ocasión de soplar, no la desaproveches, que la vida
es un rato”.
Quedo en paz con 2017. El conmigo, no
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