Mucho
sol y calor, luego agua, mucha agua, y, parece, vuelve el calor mañana: primavera
loca.
La
primera y más repetida escena contemplada-oída estos días de ciudad es ese
diálogo:
- Esto no había pasado nunca. No me
extraña que estemos todos con catarros, gripes,… si es que uno no sabe ya ni
qué ponerse
- Es verdad. El tiempo está loco.
Lástima
que fuera el mismo comentario de la primavera anterior y de la anterior y de…
Lo inmediato nos hace olvidar lo que está un poco más lejos (no mucho). Y nos
creemos el tópico, éste y otros muchos.
Sí
me está pareciendo verdad lo que comienza ya a ser un tópico:
- Cada año hay más terrazas en las
calles. Cada año resulta más difícil andar por la acera y mira que las están
agrandando continuamente…
- Pues sí. Tendremos que empezar a ir por la carretera.
El
año pasado era un abuso. Este año lo es más. He estado a punto de fotografiar
atascos mayores que los de los metros japoneses en medio de la calle Santutxu,
atascos provocados por una cadena de sillas y mesas con “terracistas” sentados
y con “terracistas” charlando alrededor. Menos mal que nuestro ayuntamiento se
estará forrando a impuestos y los nuestros bajarán.
Para
que también podamos sentarnos a echar una cervecita.
Y,
en un momento-espacio en el que se me abrió el campo de visión, esta vez en el
centro de Bilbao, hete aquí que veo un torero. Sí, un torero. Vuelta a las
ganas de sacar fotos, pero el respeto me lo impidió.
Estábamos
un poco lejos y, aunque tuve que desviarme un trecho de mi destino, no pude
resistir la tentación de pasar cerca de él para contemplarlo. A medida que me
acercaba, al traje de luces, a las zapatillas toreras y a la montera se le iba
añadiendo un objeto extraño en la mano del torero: una especie de maletín de
ejecutivo.
Picado
por la curiosidad me aproximé lo suficiente como para leer lo que rotulaba esa
especie de maletín: “El torero moroso” – decía.
Que
la vida cambia, que los jóvenes son diferentes me lo ha demostrado esta mañana
una “chiquita”. Estaba yo en una plaza, esperando a que mi perra acabara con
sus cosas, cuando me ha mirado desde donde estaba sentada y, sin levantarse, me
ha dicho:
- Oiga, por fa, …
No
he dudado de que iba a pedirme un cigarro. Pero, no. La frase ha continuado
así:
-
… no podría usted dejarme un móvil para
hacer una llamadita de un minuto?
Evidentemente,
los jóvenes ya no fuman.
Aspecto que presentaba el hall del Guggenheim |
Y,
volviendo a las aglomeraciones, como ayer era el día de los Museos, me fui al
Guggenheim a media tarde. Para mi sorpresa había tanta gente (o casi) como en
las terrazas. Señal evidente de que lo que echa para atrás a la hora de visitar
museos es el precio (12 euros entrada al G.)
Feliz
finde.
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