No es ésta
una novela redonda. La primera novela de Francisco González Ledesma, “Expediente
Barcelona” no me gustó, tal como comenté en este mismo blog. Quizás por eso he
tardado tanto en leer la segunda novela de la serie “Las calles de nuestros
padres”.
Esta sí me
ha gustado. Algunos de los pasajes del relato son francamente buenos y se
disfrutan con gusto.
Es, por
encima de todo, incluida su negritud, un homenaje a las calles de Barcelona, a
algunos de sus barrios. Hasta el punto de convertirse en excesiva geografía, de
una ciudad que yo no conozco y que no hace sino dispersar la lectura,
despistarte o ayudarte a perder el hilo.
Hay en ella,
no se sabe muy bien si homenaje o ácida crítica al mundo del periodismo, mucha,
muchísima mala leche y un pelín de romántica añoranza de situaciones pasadas.
Ahí van
algunos textos entresacados de ella:
“Los futuristas saben bien que la
limpieza de las fábricas y de los cuartos de baño acabará siendo confiada a
delicados poetas profundos filósofos e ingenuos doctorados en psicología, pero
por ahora el futuro no ha llegado, y ni a los poetas, los filósofos y los
psicólogos les han dado aún esa soñada oportunidad”.
“La calle les acogió como les había
acogido en su adolescencia, como una vuelta al milagro de los orígenes. Hasta
el Florindo Chico se detuvo a beber en la fuente, a sentir en la garganta la
nostalgia del agua pura de otro tiempo.”
“Una frase cínica, pero no por eso
incierta, que dice que la Prensa está para ayudar a los amigos, hundir a los
enemigos y en los otros casos decir la verdad”.
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