
“La fiesta” es una de esas novelas
absolutamente prescindibles. Y de las que uno puede echar mano en determinadas
circunstancias.
Tiene a su favor, como siempre, que
es fácil de leer, ágil, y sin ningún “jamacocos” incluido. Pero casi nada más.
Todo lo que podría salvar se reduce a
su curiosa estructura narrativa y al uso de tantas exageraciones (y tan
exageradas) que, de vez en cuando, te sorprendes y hasta te regodeas en alguna.
Valga de ejemplo: “En su sonrisa se hubiese podido aparcar un camión de gran
tonelaje”.
Pero, nada más. Creo.
El año lector no ha comenzado con muy
buen pie. Dos abandonos antes de la página 40. Quizás no fueran peores que “La
fiesta”, pero me pillaron en otro momento: “Las viudas de los jueves” de
Claudia Piñeiro y “El último encuentro” de Sandor Marai.
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