Quedan muy
pocos días de este tiempo de verano, de ese sol que funde todos los colores en
uno solo, de vacaciones para los grandes pensamientos, de molicie mayor o
menor, de un calor que no invita a la frescura de nuevas e ingeniosas
reflexiones.
Queda poco
para que nos vayamos llenando del tiempo de las reflexiones profundas, de la incursión en las
raíces históricas, de la búsqueda de las causas económicas y políticas, del
establecimiento de las relaciones con fenómenos más amplios y globales.
Queda poco
para disfrutar, sin dejar de ser socialmente correcto, del hacer de un
bloguista (al menos, éste) más preocupado de la chispa sencilla (quizás simple)
que de la sesuda intervención.
Así que
aprovechémoslo.
Esta mañana
me he cruzado con un joven grande, metido en una camiseta negra y no me he
resistido a leer lo que allí estaba escrito. Mira que mis hijos me tienen dicho
que lo que pone en las camisetas no es para leerlo, que hacerlo es más o menos
una falta de educación. Nunca lo he comprendido, ni respetado. Mi inveterada
costumbre de leer cuanto esté a mi alcance puede más que las recomendaciones de
los jóvenes.
Pues bien,
decía: “España es cojonuda”. Sic.
Ha encendido
en mi cabeza miles de chispas, pero, al final, después de pasar por un tamiz
muy ancho todos los improperios “ad personam”, se me quedaba una. ¡Habrase
visto semejante declaración nacionalista! Es claro que los medios nos van a seguir
bombardeaando durante algo más de un mes, con el nacionalismo catalán, el vasco
no necesita presentación, del francés ni hablamos, con decir que es la patria
de Nicolás Chauvin, de quien proviene el chauvinismo,… Y del español, ¿qué me
decís del español? Es muy posible que allá en Bilbao (escribo en Villatomil) no
sea “descarado”, pero por aquí, puedo asegurarlo, he visto hasta perros con
collares de los colores de la bandera española. No muy distinto de aquellas
correas de reloj que en los años sesenta se paseaban por Euskadi afirmando que
eran mexicanas (verde, rojo y blanco).

“España es
cojonuda”. Sic
Esta mañana
recuperaba, una vez más, textos cantados por Georges Moustaki. Un hombre nacido
en Alejandría (Egipto), en el seno de una familia judeo-griega originaria de la
isla de Corfú,
criado en un ambiente multicultural (judío, griego, italiano, árabe y francés) un
cantautor políglota (principalmente en francés, pero también en griego e
inglés, y, ocasionalmente, en alemán, árabe, español, italiano, portugués, yiddish
y hebreo).
Ese hombre
se presentaba “Avec ma gueule de métèque, de juif errant, de pâtre grec”
(Con mi jeta de “meteque”, de judío errante, de pastor griego → “meteque” es un
extranjero domiciliado en la ciudad,
protegido por la ley, y sometido de manera general a las mismas obligaciones
militares y fiscales que los ciudadanos, sin estar admitido, sin embargo, en la
ciudadanía)
El cantaba:
“Je ne sais pas où tu commences
Tu ne sais pas où je finis”
(Yo no sé
dónde comienzas tú.
Tú no sabes
dónde acabo yo).
A falta de
mejores antídotos y por si es posible aún huir de la estupidez, he colocado en
mi habitación una foto de mis abuelos paternos. La única que tengo. A él nunca
lo conocí (tampoco a los maternos); a ella la llamaba abuela. Quizás fuera
fruto de la represión del nacionalismo franquista que en Sestao, en los años
cincuenta no hubiera amamas. Quizás, simplemente, siempre fue así en Sestao.
Ella había nacido en Sestao. Él era oriundo de Lechedo. Muy cerquita de aquí,
de donde escribo. Burgalés, vamos.
Y, acabo,
con otra de las chispas que ha brotado ante la camiseta del joven y que tenía
que ver con la educación. Pregunta: ¿en educación la inclusión excluye todo lo
no incluido?
No os
volváis locos con la pregunta, ni en la búsqueda de una respuesta, por favor.
Disfrutad de este tiempo tan breve ya.