jueves, 24 de septiembre de 2015

La caída del Imperio

Hoy me tomo la licencia de redactar mi entrada, utilizando, en buena medida, textos que no son míos.
A lo largo de mi vida he practicado esta forma de construcción de textos “míos” en varias ocasiones. Siempre he pensado que es una forma correcta de hacerlo, con tal de que se cumplan tres condiciones: advertirlo; citar al autor y la obra de donde el texto proviene; y no utilizarlo de forma perversa, manipulando su sentido.
Hoy resulta que existe eso del copyright y que yo escribo públicamente. Pero no me importa si alguien se sintiera ofendido (que además no lo van a leer).
Cuando he utilizado este método, ha sido siempre para remediar, en parte, mis propias carencias. Hay asuntos de los que no domino nada, o, partes de esos asuntos (casi siempre tienen que ver con la historia) que me resultan extraños. Recurro entonces a los que yo creo especialistas en la cuestión y procuro ser suficientemente crítico con los autores a los que acudo.
Esta vez, lo confieso, no ha sido así. Más bien, han sido ellos los que han acudido a mí. Y, como además yo ya he renunciado a cualquier academicismo (por aquello de la edad, la jubilación,…), puedo expresar opiniones sin fundamentarlas (que no quiere decir que no tengan fundamento) demasiado.
A lo que vamos, el pasado domingo por la mañana leía yo a Arturo Pérez Reverte. el artículo comenzaba con estas palabras:

En el año 376 después de Cristo, en la frontera del Danubio se presentó una masa enorme de hombres, mujeres y niños. Eran refugiados godos que buscaban asilo, presionados por el avance de las hordas de Atila. Por diversas razones -entre otras, que Roma ya no era lo que había sido- se les permitió penetrar en territorio del imperio, pese a que, a diferencia de oleadas de pueblos inmigrantes anteriores, éstos no habían sido exterminados, esclavizados o sometidos, como se acostumbraba entonces. En los meses siguientes, aquellos refugiados comprobaron que el imperio romano no era el paraíso, que sus gobernantes eran débiles y corruptos, que no había riqueza y comida para todos, y que la injusticia y la codicia se cebaban en ellos. Así que dos años después de cruzar el Danubio, en Adrianópolis, esos mismos godos mataron al emperador Valente y destrozaron su ejército. Y noventa y ocho años después, sus nietos destronaron a Rómulo Augústulo, último emperador, y liquidaron lo que quedaba del imperio romano”
(Arturo Pérez-Reverte, “Los godos del emperador Valente”

Coincidía con que yo había empezado a leer, después de dilatar ese principio varios meses, la última novela de Michel Houellebecq: “Sumisión”. Gonzalo Garcés dice de ella:

“El Occidente judeocristiano está en retirada, los bárbaros musulmanes se aprestan a tomar el poder.
No se trata de negar la dimensión social de Sumisión, que pinta una Francia al borde de la guerra civil. En esta fábula política el conflicto se resuelve con el triunfo electoral de Mohammed Ben Abbes, candidato de la imaginaria Fraternidad Musulmana, y la conversión de Francia en Estado islámico
(Gonzalo Garcés, “Michel Houellebecq: “La élite está asesinando a Francia””

Por si no tenía suficiente, dos días más tarde, en Babelia (suplemento literario de El País), encuentro por pura casualidad que Jacinto Antón discurre sobre una novela de (un tal) Santiago Castellanos, que ha recibido un premio con una novela histórica titulada “Barbarus. La conquista de Roma”.
S. Castellanos es un (así lo dicen en varias webs) conocedor de la historia antigua, catedrático y novelista, además de ensayista. Y hablando de un encuentro en Roma con él,  Jacinto Antón entre otras cosas verdaderamente interesantes, (el autor del artículo) señalaba lo siguiente:

“Santiago Castellanos novela la irrupción de los godos en el imperio romano en el siglo IV y señala las semejanzas de aquella época con la actual”
“La quiebra de las clases medias, la crisis fiscal (no había cuentas en Suiza pero sí acumulación de oro y los poderosos evadían al fisco), la corrupción generalizada, y los problemas y dramas de emigración, con los consiguientes choques religioso y cultural son cosas que se dan en el fin del imperio romano de occidente, así como el uso institucional de la violencia y del terror como armas de Estado. Las escenas actuales de refugiados sirios e iraquíes tratando de entrar en Europa no son muy diferentes, dijo, a las que se produjeron cuando los godos, presionados por los hunos –tan brutales como el Estado Islámico-, pidieron ser acomodados tras las fronteras romanas.”

Así que me ido de paseo por Internet y he encontrado lo que necesitaba para acabar esta entrada “mía”

“España debe mucho a Roma, “somos romanos”, es el espejo en el que nos miramos; “el origen de nuestra lengua, de nuestra religión, de nuestro derecho, tanto fiscal, como administrativo o de la propiedad tienen su origen en el mundo romano”, desgrana con fluidez. Son muchas las afinidades pero, también, muchas las diferencias. Claramente, el tejido social ha cambiado, como lo ha hecho la tecnología, son muchos los siglos de diferencia para no avanzar.
Sin embargo, vemos que en otras cuestiones no hemos cambiado tanto. “El gasto público del Estado es desorbitado. La administración estaba en un nivel aceptable en época de Augusto y en el periodo tardorromano se sobredimensionó, con multiplicidad de las funciones, como en la actualidad. La presión fiscal tanto en la época romana como en la actualidad está erosionando las clases medias”, enumera con pasión y nos damos cuenta de la razón que tiene y por desgracia no quedan ahí las similitudes. “La corrupción dentro del Estado era galopante”, afirma. ¿A qué nos suena? Poco podemos añadir, pero Santiago Castellanos tiene más similitudes de las que podremos enterarnos leyendo “Barbarus”, como la del cambio de valores que se produjo en esa época y la crisis que se vivió y se vive en cuanto a los valores. Para acabar nos recuerda el tema de la inmigración: “Roma no supo resolver el problema de la inmigración”, cuestiona tajante con la llegada de los bárbaros o de otras provincias hasta la metrópoli. Casi, casi igual que ahora. Ya me entra la duda de si está describiendo Roma o cualquier país actual de Europa.”
(Javier Velasco Oliaga, Entrevista a Santiago Castellanos, autor de “Barbarus. La conquista de Romahttp://www.todoliteratura.es/noticia/8363/entrevistas/entrevista-a-santiago-castellanos-autor-de-barbarus.-la-conquista-de-roma.html )


Con las pistas que os he dado, no os costará descubrir cuál va a ser la novela que lea en cuanto termine “Sumisión”.

sábado, 19 de septiembre de 2015

Te quiero porque me das de comer

Se acaba el verano. La mitad de los días de esta semana invitaban ya al recogimiento del otoño o a la visión de eso que siguen llamando basket en Europa. ¿Terminarán cambiando todos los jugadores de pista según se ataque o se defienda (como en el balonmano), o dictando -¿quién?, porque el entrenador no lo hará- las posiciones por el pinganillo (como en el fútbol americano) o siendo un deporte de chupar rueda y hacer la goma (como el ciclismo).
Ya sé que estoy mayor para tanto cambio, pero… nos van a aburrir y va a ocurrir (como en el fútbol) que sólo importan los resultados. Cuando así sea, me contentaré con leer los resultados finales de la jornada.
Decía que se acaba el verano y, para los que no tenemos vacaciones, éste puede ser el momento de recoger las “tareas del próximo curso” y ponerse a ello.
Para empezar, este escrito.
Mañana votan –otra vez– los griegos. Supongo que esta vez con menos esperanza, si cabe. Ya les han dicho quién manda y cuál es su sitio. Quizás sería bueno por mi parte recomendaros “La cara oculta del éxito económico alemán”  (http://juantorreslopez.com/impertinencias/la-cara-oculta-del-exito-economico-aleman/)
Los sirios, -los que han podido salir- andan corriendo de un lado para otro. Tiene que ser terrible tener que marcharte de casa “con lo puesto”, sin saber a dónde. También a ellos les están diciendo quién manda y cuál es su sitio.
El Mediterráneo cada vez más lleno de cadáveres de gente que se hizo a la mar sin saber nadar ni guardar la ropa…
También a los catalanes les están advirtiendo de quién manda y dónde deben estar ellos.
Y aquí, en el momento de recoger los frutos de la huerta, hace una tarde preciosa, con un cielo iluminado por el sol que nada tiene que ver con el de Bilbao, con un aire fresco que preludia fríos no muy lejanos y la “paz” de quien escribe con los únicos ruidos del ladrido de los perros, el canto de algún pájaro y el silbido del viento.

Hoy he terminado de leer una novela tremenda. No sé qué otro adjetivo usar: “Te quiero porque me das de comer” de David Llorente. Un asesino en serie ama a aquellos a quienes literalmente se va a comer. Ni más ni menos. Pero es que, con un estilo de narración totalmente distinto al usual (a cualquiera de los usuales) ha hecho que me haya sentido inmiscuido en un ambiente más que negro, negrísimo.
La descripción –si hay alguna descripción- de Carabanchel  (el distrito de Madrid, que no la cárcel) es como para que, en el barrio más “oscuro” de Bilbao, nos digamos eso de “virgencita, que me quede como estoy”, incluida la Merkel, la UE, y el BCE.
No sé si es una novela a recomendar o no. Es tan tremenda que me ha dejado sin capacidad de reaccionar y de criticarla, de desmenuzarla.

Pero, como todavía es verano, no me importa.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Crematorio

No hace mucho tiempo, posiblemente nI un mes, murió Rafael Chirbes, premio nacional de la crítica 2007 y 2014 y premio nacional de Narrativa 2014.
Ya hace más tiempo que yo había tenido referencias sobre él, aunque no consigo recordar de dónde las había sacado. Decían que era un gran novelista que, entre otras cosas, había escrito la mejor novela sobre los orígenes-razones-historia que llevaron a España a la crisis que todavía padecemos (“Crematorio”) y la mejor novela sobre la España en crisis (“En la orilla”)
Hace unos meses empecé a leer “En la orilla” y me quedé a medio camino. Con la fuerte sospecha de que las razones por las que la novela y yo no acabábamos de enganchar  no estaban tanto en la novela como en el tiempo que yo vivía en ese momento. Hoy aquella sospecha es casi una certeza segura.
Cuando Chirbes murió, pensé que le debía una, que tenía que leerle. Posiblemente con el sobreinflujo de lo que entonces se dijo sobre él, como novelista y como persona. Así que en cuanto se abrió un ratito en mi “agenda” me lié con “Crematorio”
Y ha merecido la pena. Es una gran novela, una grandísima novela, pesimista (¿nihilista?) como no podía ser otra cosa, dura porque no deja títere con cabeza, ni individuo ni institución, densa como pocas.
Un solo “pero”. Su lectura, en muchos momentos no es nada fácil. La dificultad proviene de la cantidad de cultura-conocimientos que exhibe y que, por momentos hace que su comprensión requiera estar más o menos empapado de historia, de arte, de literatura, de arquitectura, de economía, de filosofía y hasta de teología.
No es lectura para “matar el rato”, quizás no lo sea para estas fechas del año y haya que esperar al otoño bien entrado o al invierno. Pero es lectura para no perdérsela. De momento yo no tardaré en volver a “En la orilla”.
Os dejo tres trocitos, dos porque tienen que ver con la educación y porque con ellos solos se podría organizar un simposio, y un tercero que tiene que ver con mi pobre memoria. No está mal tomarse algunas cosas con un poco de chirigota.

“No sabemos lo que guardará la memoria. La cabrona memoria: un guardia municipal que dirige el tráfico a su antojo, que da paso a los vehículos a su arbitrio, sin tener en cuenta las necesidades circulatorias de la ciudad; o que a lo mejor se comporta con esa apariencia arbitraria precisamente para guardar un orden secreto, que desconocemos, que no somos capaces de percibir”

“Una educación exigente y de mala calidad acaba siendo una bomba de relojería”


“A M. le entraban ganas de llorar. Profesores para quienes es más importante ser brillantes que verdaderos, que inhabilitan un razonamiento que no les conviene porque descubren un error intrascendente en un dato, o en una fecha. Y aprovechan para abalanzarse como buitres. Prefieren el éxito a la verdad, pero quién no.”